ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 2 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 22,1-19

Después de estas cosas sucedió que Dios tentó a Abraham y le dijo: "¡Abraham, Abraham!" El respondió: "Heme aquí." Díjole: "Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que yo te diga." Levantóse, pues, Abraham de madrugada, aparejó su asno y tomó consigo a dos mozos y a su hijo Isaac. Partió la leña del holocausto y se puso en marcha hacia el lugar que le había dicho Dios. Al tercer día levantó Abraham los ojos y vio el lugar desde lejos. Entonces dijo Abraham a sus mozos: "Quedaos aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta allí, haremos adoración y volveremos donde vosotros." Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: "¡Padre!" Respondió: "¿qué hay, hijo?" - "Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Dijo Abraham: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío." Y siguieron andando los dos juntos. Llegados al lugar que le había dicho Dios, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara, encima de la leña. Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Entonces le llamó el Ángel de Yahveh desde los cielos diciendo: ¡Abraham, Abraham!" El dijo: "Heme aquí." Dijo el Ángel: "No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único." Levantó Abraham los ojos, miró y vio un carnero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el carnero, y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo. Abraham llamó a aquel lugar "Yahveh provee", de donde se dice hoy en día: "En el monte "Yahveh provee"" El Ángel de Yahveh llamó a Abraham por segunda vez desde los cielos, y dijo: "Por mí mismo juro, oráculo de Yahveh, que por haber hecho esto, por no haberme negado tu hijo, tu único, yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré muchísimo tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, en pago de haber obedecido tú mi voz." Volvió Abraham al lado de sus mozos, y emprendieron la marcha juntos hacia Berseba. Y Abraham se quedó en Berseba.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dios llama una vez más a Abraham por su nombre, como también hará con Moisés en el Horeb mientras apacienta el rebaño de su suegro (Ex 3) y con Samuel mientras estaba acostado para dormir en el templo (1 S 3). Su respuesta ("¡Aquí estoy!") es la respuesta del hombre de fe que escucha y no se para a calcular sus posibilidades y sus capacidades, ni pretende que Dios le dé ya todas las respuestas sobre el futuro. Abraham no subordina su respuesta a su voluntad. A menudo nos paramos al llegar al límite de lo que consideramos justo y si lo que Dios nos pide no nos conviene o no nos convence, ni siquiera lo tenemos en cuenta. Abraham obedece. Es realmente un creyente, incluso cuando no logra entender lo que le pide Dios. Confía sin poner condiciones o reservas. Su confianza se basa en la escucha: conoce su debilidad y conoce la grandeza de Dios. Por eso el ángel dice de él que es "temeroso" de Dios. Cuando perdemos eso de vista nos sentimos con derecho a poseerlo todo. Abraham está seguro de que la llamada divina nunca será para la muerte porque Dios le ha prometido una herencia. Podríamos decir que Abraham no se adueña del regalo de Dios, sino que escucha lo que le pide y lo pone en práctica sin condicionarle. La fe no es creer en uno mismo sino únicamente en la fidelidad de Dios con el hombre. E incluso ahora que el Señor le pide que sacrifique a su hijo, Abraham obedece. Podríamos decir que es realmente una fe sin límites. Abraham sabe que el amor de Dios no tiene límites y que nunca será abandonado. Por eso –y podemos imaginar cómo estaba su corazón–, una vez más contesta: "¡Aquí estoy!". Abraham no decide ser él mismo el guía de su vida, sino que se deja llevar por la voz de Dios. Y entonces recupera a Isaac. Ya no es solo el hijo de la carne, sino que ahora es el hijo de la fe. Descubre que es suyo precisamente porque no lo ha querido poseer. Realmente "Dios provee" siempre para el bien de los que confían en él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.