ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

Recuerdo del profeta Elías, que fue elevado al cielo y dejó a Eliseo su manto. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 20 de julio

Salmo responsorial

Psaume 58 (59)

¡Líbrame de mis enemigos, oh Dios mío,
de mis agresores protégeme,

líbrame de los agentes de mal,
de los hombres sanguinarios sálvame!

Mira que acechan a mi alma,
poderosos se conjuran contra mí;
sin rebeldía ni pecado en mí, Yahveh,

sin culpa alguna, corren y se aprestan.
Despiértate, ven a mi encuentro y mira,

tú, Yahveh, Dios Sebaot, Dios de Israel,
álzate a visitar a todos los gentiles,
no te apiades de ninguno de esos traidores pérfidos.
Pausa.

Regresan a la tarde,
aúllan como perros,
rondan por la ciudad.

Míralos desbarrar a boca llena,
espadas en sus labios:
"¿Hay alguno que oiga?"

Mas tú, Yahveh, te ríes de ellos,
tú te mofas de todos los gentiles.

Oh fuerza mía, hacia ti miro.
Pues es Dios mi ciudadela,

el Dios de mi amor viene a mi encuentro.
Dios me hará desafiar a los que me asechan.

¡Oh, no los mates, no se olvide mi pueblo,
dispérsalos con tu poder, humíllalos,
oh Señor, nuestro escudo!

Pecado es en su boca la palabra de sus labios;
¡queden, pues, presos en su orgullo,
por la blasfemia, por la mentira que vocean! "

¡Suprime con furor, suprímelos, no existan más!
Y se sepa que Dios domina en Jacob,
hasta los confines de la tierra. Pausa.

Regresan a la tarde,
aúllan como perros,
rondan por la ciudad; "

vedlos buscando qué comer,
hasta que no están hartos van gruñendo.

Yo, en cambio, cantaré tu fuerza,
aclamaré tu amor a la mañana;
pues tú has sido para mí una ciudadela,
un refugio en el día de mi angustia."

Oh fuerza mía, para ti salmodiaré,
pues es Dios mi ciudadela,
el Dios de mi amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.