ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 21 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Éxodo 14,21-31

Moisés extendió su mano sobre el mar, y Yahveh hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos, en medio del mar, todos los caballos de Faraón, y los carros con sus guerreros. Llegada la vigilia matutina, miró Yahveh desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó la ruedas de sus carros, que no podían avanzar sino con gran dificultad. Y exclamaron los egipcios: "Huyamos ante Israel, porque Yahveh pelea por ellos contra los egipcios." Yahveh dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y sobre los guerreros de los carros." Extendió Moisés su mano sobre el mar, y al rayar el alba volvió el mar a su lecho; de modo que los egipcios, al querer huir, se vieron frente a las aguas. Así precipitó Yahveh a los egipcios en medio del mar, pues al retroceder las aguas cubrieron los carros y a su gente, a todo el ejército de Faraón, que había entrado en el mar para perseguirlos; no escapó ni uno siquiera. Mas los israelitas pasaron a pie enjuto por en medio del mar, mientras las aguas hacían muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó Yahveh a Israel del poder de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a orillas del mar. Y viendo Israel la mano fuerte que Yahveh había desplegado contra los egipcios, temió el pueblo a Yahveh, y creyeron en Yahveh y en Moisés, su siervo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La fuerza de Moisés es confiar en la protección de Dios. Extendió su mano sobre el mar cuando todavía estaba cerrado. La sabiduría de Israel en el Talmud comenta que las aguas del mar se abrieron solo después de que el primer judío pusiera los pies en el agua. Tenemos que confiar y no esperar a estar seguros, a tener todas las respuestas. Muchas veces los hombres esperan por miedo y sobre todo por tener poca fe. Pero confiar no significa pasividad. Moisés se enfrenta al mar, convence a los suyos y los hace avanzar a pesar de sus miedos y resistencias, que se expresan abiertamente en la nostalgia y aquellas resistencias escondidas que a menudo apagan la esperanza y "entristecen" el Espíritu, como diría el apóstol Pablo. Confiar no significa que todo es responsabilidad de Dios, sino caminar sabiendo que Dios no nos dejará solos, que su amor es fiel y que nos liberará de las manos de los opresores. No creemos porque lo hemos logrado todo, sino porque sabemos que el Señor no dejará que nos falte nada. Las aguas del mar Rojo son, como reza la liturgia de Pascua, la prefiguración del futuro pueblo de los bautizados, de aquellos a los que Dios elige y toma consigo, salvándolos del mal. Israel vio la mano poderosa con la que el Señor había actuado contra Egipto. A menudo la incredulidad, la desconfianza y la resignación parecen convincentes, realistas. En realidad nos llenan solo de miedos. El creyente sabe reconocer las señales de la protección de Dios, como los discípulos ante los milagros de Jesús. El pueblo temió al Señor. De Él no se tiene miedo sino temor por un amor tan grande. Finalmente el pueblo de Israel creyó en su siervo Moisés, en aquel que había escuchado lo que Dios le había dicho y que, a pesar de su debilidad, se había revestido de la fuerza de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.