ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 9 de agosto

Salmo responsorial

Salmo 33 (34)

Bendeciré a Yahveh en todo tiempo,
sin cesar en mi boca su alabanza;

en Yahveh mi alma se gloría,
¡óiganlo los humildes y se alegren!

Engrandeced conmigo a Yahveh,
ensalcemos su nombre todos juntos.

He buscado a Yahveh, y me ha respondido:
me ha librado de todos mis temores.

Los que miran hacia él, refulgirán:
no habrá sonrojo en su semblante.

Cuando el pobre grita, Yahveh oye,
y le salva de todas sus angustias.

Acampa el ángel de Yahveh
en torno a los que le temen y los libra.

Gustad y ved qué bueno es Yahveh,
dichoso el hombre que se cobija en él.

Temed a Yahveh vosotros, santos suyos,
que a quienes le temen no les falta nada.

Los ricos quedan pobres y hambrientos,
mas los que buscan a Yahveh de ningún bien carecen.

Venid, hijos, oídme,
el temor de Yahveh voy a enseñaros.

¿Quién es el hombre que apetece la vida,
deseoso de días para gozar de bienes?

Guarda del mal tu lengua,
tus labios de decir mentira;

apártate del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.

Los ojos de Yahveh sobre los justos,
y sus oídos hacia su clamor,

el rostro de Yahveh contra los malhechores,
para raer de la tierra su memoria.

Cuando gritan aquéllos, Yahveh oye,
y los libra de todas sus angustias;

Yahveh está cerca de los que tienen roto el corazón.
él salva a los espíritus hundidos.

Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libera Yahveh;

todos sus huesos guarda,
no será quebrantado ni uno solo.

La malicia matará al impío,
los que odian al justo lo tendrán que pagar.

Yahveh rescata el alma de sus siervos,
nada habrán de pagar los que en él se cobijan.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.