ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 21 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Rut 1,1-6.14-16.22

En los días en que juzgaban los Jueces hubo hambre en el país, y un hombre de Belén de Judá se fue a residir, con su mujer y sus dos hijos, a los campos de Moab. Este hombre se llamaba Elimélek, su mujer Noemí y sus dos hijos Majlón y Kilyón; eran efrateos de Belén de Judá. Llegados a los campos de Moab, se establecieron allí. Murió Elimélek, el marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos. Estos se casaron con mujeres moabitas, una de las cuales se llamaba Orpá y la otra Rut. Y habitaron allí unos diez años. Murieron también ellos dos, Majlón y Kilyón, y quedó sola Noemí, sin sus dos hijos y sin marido. Entonces decidió regresar de los campos de Moab con sus dos nueras, porque oyó en los campos de Moab que Yahveh había visitado a su pueblo y le daba pan. Ellas rompieron a llorar de nuevo; después Orpá besó a su suegra y se volvió a su pueblo, pero Rut se quedó junto a ella. Entonces Noemí dijo: "Mira, tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a su dios, vuélvete tú también con ella." Pero Rut respondió: "No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo iré,
donde habites, habitaré.
Tu pueblo será mi pueblo
y tu Dios será mi Dios. Así fue como regresó Noemí, con su nuera Rut la moabita, la que vino de los campos de Moab. Llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si el libro de los Jueces se caracteriza por la violencia y la guerra (a causa, entre otros motivos, de la conquista de la tierra prometida por parte de Israel), el libro de Rut, por el contrario, se caracteriza por la paz y el encuentro. El texto se abre con la narración del retorno de Noemí a Belén, de donde había salido junto a su marido y sus hijos para emigrar hacia la tierra de los moabitas, uno de los pueblos considerados opresores de Israel precisamente en tiempo de los Jueces (Jc 3). En Moab puede finalmente comer y sobrevivir, pero pierde a su marido y a sus dos hijos. Por eso decide volver: tenía bienes pero estaba sola. Y en este contexto de soledad llega la compañía de Rut a la historia de Noemí. Esta última era una mujer moabita que pudo quedarse con su pueblo pero optó por permanecer con Noemí y seguirla cuando decidió volver a Belén. La otra nuera no hizo lo mismo, pues permaneció unida a su tierra. Rut, por amor a Noemí, renuncia a su identidad moabita, a la cultura y a la religión de su familia, y decide vivir con el pueblo, la cultura, la religión y la familia de su amiga Noemí. Esta no deja de indicarle las dificultades que comporta aquella decisión, pero Rut no tiene dudas: "Adonde tú vayas, iré yo, donde tú vivas, viviré yo. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios". Noemí llega a Belén, y aunque no tiene a su marido tiene la riqueza de una nueva amistad. Los ciudadanos de Belén, al ver a Noemí y a su amiga, demuestran más desconfianza que acogida, hasta el punto de que Noemí quiere cambiar su nombre: "¡No me llaméis ya Noemí (la dulce)! Llamadme Mará (la amarga), porque Sadday me ha llenado de amargura. Colmada partí yo, vacía me devuelve el Señor". En realidad no estaba "vacía"; la amistad con Rut era su nueva riqueza. Y la historia que narra este pequeño libro demuestra la riqueza y la providencialidad de la amistad. Rut se convence cada vez más de la decisión que ha tomado. Sabe que la amistad no llega sola en la vida; hay que construirla y buscarla con tenacidad, con firmeza y requiere que tanto la conciencia personal como la de los amigos crezcan. De hecho, al inicio es "una extranjera" (2,10), luego "tu sierva" (2,13), a continuación "una mujer virtuosa" (3,11) y al final "la mujer que entra en tu casa" (4,11), comparándola así con las "madres" de Israel. Rut, por la fortaleza de su amistad, se convierte en la esperanza de Noemí y de Booz.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.