ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 31 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Tesalonicenses 4,13-18

Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús. Os decimos eso como Palabra des Señor: Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, tras haber exhortado a los tesalonicenses a comportarse de manera digna de la vocación que han recibido, habla del destino de los difuntos. No es bueno estar en la incertidumbre como les pasa a los que no creen. Evidentemente, había un clima de tristeza que mermaba la esperanza de los tesalonicenses. Pablo los exhorta a tener nuevos sentimientos: del mismo modo que no nos entristecemos por nuestra muerte porque sabemos que resucitaremos, tampoco debemos “afligirnos” por los que ya están muertos. También ellos resucitarán. El dolor por la muerte de nuestros seres queridos no debe sumirnos en la desesperación. La esperanza cristiana no se basa en teorías filosóficas, sino en la certeza de la resurrección de Jesús. Eso es lo que nos han transmitido los apóstoles en la predicación tras haber sido testigos directos: “el que estaba muerto” vivía entre ellos realmente, en carne y huesos, aunque de manera espiritual. Todo eso no forma parte de la naturaleza y solo es accesible por la fe. Del misterio de la resurrección de Jesús se pasa a nuestra resurrección y a la de aquellos que nos han precedido. A los filipenses les escribe: nosotros esperamos del cielo “al Señor Jesucristo, el cual transfigurará nuestro pobre cuerpo a imagen de su cuerpo glorioso, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas" (Flp 3,21). La creación quedará, pues, libre de la “esclavitud de la corrupción” (Rm 8,21) y nosotros tendremos un “cuerpo espiritual” (animado por el Espíritu Santo) (1 Co 15,44). Todos, tanto los que estamos todavía en esta tierra como los que ya han muerto, encontramos la esperanza en la resurrección de Jesús. Tal vez entre los tesalonicenses había quien pensaba que quien ya estaba muerto no podría participar en la parusia, que los tesalonicenses, por otra parte, pensaban que estaba por llegar. Pablo aclara que la resurrección de los muertos es para todos los creyentes. El “segundo” retorno del Cristo resucitado no será otra cosa que la plena manifestación de la Pascua que ya se produjo. El “orden” de la eternidad, que es el mismo Cristo, afecta primero a los que ya están muertos. A continuación “nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires”, es decir, seremos transportados al mismo cielo de Dios. "Y así estaremos siempre con el Señor” (4,17). Pablo no dice nada sobre el trágico fin del mundo y del pecado, pero tampoco del nuevo mundo y de la nueva existencia. Porque el fin y el final de la historia se producirá cuando todos estaremos con Cristo. Pablo nos exhorta a consolarnos con estas palabras. El futuro ya ha empezado con la resurrección de Cristo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.