ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 2 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Baruc 1,15-22

Diréis: Al Señor Dios nuestro la justicia, a nosotros, en cambio, la confusión del rostro, como sucede en este día; a los hombres de Judá y a los habitantes de Jerusalén, a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros sacerdotes, a nuestros profetas y a nuestros padres. Porque hemos pecado ante el Señor, le hemos desobedecido y no hemos escuchado la voz del Señor Dios nuestro siguiendo las órdenes que el Señor nos había puesto delante. Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres del país de Egipto hasta el día de hoy hemos sido indóciles al Señor Dios nuestro y prestos en desoír su voz. Por esto se nos han pegado los males y la maldición con que el Señor conminó a su siervo Moisés el día que sacó a nuestros padres del país de Egipto para darnos una tierra que mana leche y miel, como sucede en este día. Nosotros no hemos escuchado la voz del Señor Dios nuestro de acuerdo con todas las palabras de los profetas que nos ha enviado, sino que hemos sido, cada uno de nosotros según el capricho de su perverso corazón, a servir a dioses extraños, a hacer lo malo a los ojos del Señor Dios nuestro.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El autor de este pequeño libro, atribuido a Baruc, que era compañero y secretario de Jeremías, pertenecía probablemente a un grupo de hombres espirituales devotos de la Ley, los basidíes. Estos mantenían la esperanza en una intervención salvadora de Dios en la historia. Su arma preferida era la oración confiada. Sentían con profundidad su relación con todo el pueblo de Israel y consideraban la triste situación que vivía el pueblo como una consecuencia de los pecados de las generaciones anteriores. Saben que son una minoría, pero son conscientes de que representan a todo el pueblo ante Dios. No se consideran una élite lejana y distante. Por eso llevan a cabo una especie de examen de conciencia recordando las grandes obras que Dios ha hecho en favor del pueblo de Israel. Parece que el profeta quiera hacer un examen de conciencia colectivo recordando las culpas del pueblo que ha desobedecido las órdenes del Señor. La situación de tristeza que vive el pueblo es consecuencia de su desobediencia a Dios y a su ley: " Desde el día en que el Señor sacó a nuestros padres de Egipto hasta hoy hemos sido rebeldes al Señor, nuestro Dios, y ligeros para no escuchar su voz" (v. 19). El profeta indica claramente dónde está la raíz de los males que sufre Israel. Y sus palabras, evidentemente, quieren hacer ver al pueblo el pecado que ha cometido para que se convierta nuevamente al Señor. Y no es difícil, parece que diga el profeta: la confesión de las culpas va acompañada de un amor increíble por parte de Dios, de la predilección con la que ama a su pueblo. Las palabras del profeta quieren hacer que el pueblo de Israel se conmueva ante tanto amor y cambie su vida. No solo no debe sentirse fascinado por los pueblos vecinos –un sentimiento que en realidad siempre tienta a Israel–, sino que es invitado a dejarse atraer una vez más por el extraordinario amor de su Dios. Por eso recordar su amor, escuchando continuamente las Santas Escrituras que lo explican, preserva del olvido y de la atracción falsa de los pueblos vecinos. Y sobre todo hace que el Señor intervenga como ha hecho siempre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.