ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de la deportación de los judíos de Roma durante la Segunda Guerra Mundial. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 16 de octubre

Recuerdo de la deportación de los judíos de Roma durante la Segunda Guerra Mundial.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Romanos 4,1-8

¿Qué diremos, pues, de Abraham, nuestro padre según la carne? Si Abraham obtuvo la justicia por las obras, tiene de qué gloriarse, mas no delante de Dios. En efecto, ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia. Al que trabaja no se le cuenta el salario como favor sino como deuda; en cambio, al que, sin trabajar, cree en aquel que justifica al impío, su fe se le reputa como justicia. Como también David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios imputa la justicia independientemente de las obras: Bienaventurados aquellos cuyas maldades fueron perdonadas,
y cubiertos sus pecados.
Dichoso el hombre a quien el Señor no imputa culpa alguna.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En el capítulo 4 de la Epístola a los Romanos, Pablo empieza una argumentación bíblica centrada en la figura de Abraham. El apóstol quiere demostrar que el "Evangelio de la justificación" no es una tergiversación de las Escrituras sino, por el contrario, una confirmación de las mismas, como escribe el capítulo anterior: "La justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas" (3,21). Abraham es por excelencia el modelo para los creyentes porque, abriéndose a la fe, recibió el don de la justicia. Ya en el libro del Génesis leemos: "Abraham creyó en el Señor, el cual se lo reputó por justicia" (Gn 15,6). La vida de Abraham es una muestra de la fuerza que brota de la fe. Él fue justificado por la fe, y no por sus obras. Por eso es llamado justo: Dios lo hizo justo por la fe y lo salvó. Abraham se convierte así en ejemplo del creyente justificado por la fe, porque creyó en la Palabra de Dios. El apóstol puede decir, por eso, que Abraham "es nuestro padre", el de todos los creyentes. Por su fe el santo patriarca conoció un destino distinto: confiándose totalmente a aquel que lo había llamado, fue liberado de la esclavitud de sí mismo, de sus obras y de sus tradiciones. Por la fe, y no por la clarividencia de la visión o por la certeza de sus convicciones, Abraham dejó su tierra y se encaminó hacia un destino nuevo. Por la fe absoluta y total en Dios llevó hasta la montaña a su hijo, su único hijo Isaac, para inmolarlo, y Dios se lo devolvió. En este camino que abrió Abraham, nuestro padre en la fe, Pablo dibuja el camino también para aquellos que acogen a Jesús como Señor de su vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.