ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 12 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Dal libro della Sapienza 7,22-8,1

Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo,
único, múltiple, sutil,
ágil, perspicaz, inmaculado,
claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre,
firme, seguro, sereno,
que todo lo puede, todo lo observa,
penetra todos los espíritus,
los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría,
todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios,
una emanación pura de la gloria del Omnipotente,
por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna,
un espejo sin mancha de la actividad de Dios,
una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo;
sin salir de sí misma, renueva el universo;
en todas las edades, entrando en las almas santas,
forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría. Es ella, en efecto, más bella que el sol,
supera a todas las constelaciones;
comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche,
pero contra la Sabiduría no prevalece la maldad. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo
y gobierna de excelente manera el universo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La sabiduría no es un tesoro que el hombre encuentra en su interior, en sus instintos, en su carácter o en sus tradiciones. La Sabiduría se recibe de Dios. Por eso Salomón siente la libertad y la alegría de, a su vez, poderla dar para que enriquezca la vida de los demás. Es la libertad que posee aquel que reconoce los dones de Dios en su vida, sobre todo el don precioso de una palabra que da sabiduría, y que se comunica. Los que la poseen "atraen la amistad de Dios", entran en una relación de intimidad con él, y reciben su instrucción. En un mundo desorientado como el mundo en el que vivimos al inicio de este nuevo siglo, comprendemos el valor de esta sabiduría que ayuda a elegir el bien y a no quedar dominados por el materialismo. La sabiduría de la que habla Salomón enseña a comprender la realidad de manera profunda, espiritual, sin quedarse en la apariencia de las cosas que se ven: "Él me concedió el verdadero conocimiento de los seres, para conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos..." (v. 17). No se trata tanto de un conocimiento científico –que, si bien no queda excluido, relegamos sobre todo al saber de las ciencias y de la técnica– cuanto de un conocimiento que entra en el corazón de la historia y que no sigue la lógica del saber técnico. En la sabiduría sopla lo que para los creyentes es la fuerza del Espíritu Santo: "...un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado... amante del bien... libre, bienhechor, filántropo, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo controla..." (vv. 22-23). Son cualidades que recuerdan a los siete dones del Espíritu Santo, que ya el profeta Isaías había intuido (11,1-2) y que llenan el corazón de los que creen en el Dios de Jesucristo. En definitiva, la Sabiduría es la manifestación de la presencia salvadora y amiga de Dios, que quiere enseñar a los hombres el secreto de la vida. Esta es única, es imagen de su bondad, y "entrando en las almas santas en cada generación hace amigos de Dios y profetas" (v. 27). Dejemos que esta sabiduría nos instruya para ser también nosotros amigos de Dios y profetas de su palabra en el mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.