ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de noviembre

Salmo responsorial

Psaume 105 (106)

¡Aleluya!
¡Dad gracias a Yahveh, porque es bueno,
porque es eterno su amor!

¿Quién dirá las proezas de Yahveh,
hará oír toda su alabanza?

¡Dichosos los que guardan el derecho,
los que practican en todo tiempo la justicia!

¡Acuérdate de mí, Yahveh,
por amor de tu pueblo;
con tu salvación visítame,

que vea yo la dicha de tus elegidos,
me alegre en la alegría de tu pueblo,
con tu heredad me felicite!

Hemos pecado como nuestros padres,
hemos faltado, nos hemos hecho impíos;

nuestros padres, en Egipto,
no comprendieron tus prodigios.
No se acordaron de tu inmenso amor,
se rebelaron contra el Altísimo junto al mar de Suf.

El los salvó por amor de su nombre,
para dar a conocer su poderío.

Increpó al mar de Suf y éste se secó,
los llevó por los abismos como por un desierto,

los salvó de la mano del que odiaba,
de la mano del enemigo los libró.

El agua cubrió a sus adversarios,
ni uno solo quedó.

Entonces ellos tuvieron fe en sus palabras
y sus laudes cantaron.

Mas pronto se olvidaron de sus obras,
no tuvieron en cuenta su consejo;

en el desierto ardían de avidez,
a Dios tentaban en la estepa.

El les concedió lo que pedían,
mandó fiebre a sus almas.

Y en el campamento, de Moisés tuvieron celos,
de Aarón, el santo de Yahveh.

Se abre la tierra, traga a Datán,
y cubre a la cuadrilla de Abirón;

un fuego se enciende contra su cuadrilla,
una llama abrasa a los impíos

En Horeb se fabricaron un becerro,
se postraron ante un metal fundido,

y cambiaron su gloria
por la imagen de un buey que come heno.

Olvidaban a Dios que les salvaba,
al autor de cosas grandes en Egipto,

de prodigios en el país de Cam,
de portentos en el mar de Suf.

Hablaba ya de exterminarlos,
si no es porque Moisés, su elegido,
se mantuvo en la brecha en su presencia,
para apartar su furor de destruirlos.

Una tierra de delicias desdeñaron,
en su palabra no tuvieron fe;

murmuraron dentro de sus tiendas,
no escucharon la voz de Yahveh.

Y él, mano en alto, les juró
hacerles caer en el desierto,

desperdigar su raza entre las naciones,
y dispersarlos por los países.

Luego se vincularon a Baal Peor
y comieron sacrificios de muertos.

Así le irritaron con sus obras,
y una plaga descargó sobre ellos.

Entonces surgió Pinjás, zanjó,
y la plaga se detuvo;

esto se le contó como justicia
de edad en edad, para siempre.

En las aguas de Meribá le enojaron,
y mal le fue a Moisés por culpa de ellos,

pues le amargaron el espíritu,
y habló a la ligera con sus labios.

No exterminaron a los pueblos
que Yahveh les había señalado,

sino que se mezclaron con las gentes,
aprendieron sus prácticas.

Sirvieron a sus ídolos
que fueron un lazo para ellos;

sacrificaban sus hijos
y sus hijas a demonios.

Sangre inocente derramaban,
la sangre de sus hijos y sus hijas,
que inmolaban a los ídolos de Canaán,
y fue el país profanado de sangre.

Así se manchaban con sus obras,
y se prostituían con sus prácticas.

Entonces se inflamó la cólera de Yahveh contra su pueblo,
y abominó de su heredad.

Los entregó en mano de las gentes,
y los dominaron los que los odiaban;

sus enemigos los tiranizaron,
bajo su mano quedaron humillados.

Muchas veces los libró
aunque ellos, en su propósito obstinados,
se hundían en su culpa;

y los miró cuando estaban en apuros,
escuchando su clamor.

Se acordó en favor de ellos de su alianza,
se enterneció según su inmenso amor;

hizo que de ellos se apiadaran
aquellos que cautivos los tenían.

¡Sálvanos, Yahveh, Dios nuestro,
reúnenos de entre las naciones,
para dar gracias a tu nombre santo,
y gloriarnos en tu alabanza!

¡Bendito sea Yahveh, Dios de Israel,
por eternidad de eternidades!
Y el pueblo todo diga: ¡Amén!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.