ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 25 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Daniel 5,1-6.13-17.23-28

El rey Baltasar dio un gran festín en honor de sus mil dignatarios, y, en presencia de estos mil, bebió vino. Bajo el efecto del vino, Baltasar mandó traer los vasos de oro y plata que su padre Nabucodonosor se había llevado del Templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey, sus dignatarios, sus mujeres y sus concubinas. Se trajeron, pues, los vasos de oro y plata tomados de la Casa de Dios en Jerusalén, y en ellos bebieron el rey, sus dignatarios, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron vino y alabaron a sus dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de madera y piedra. De pronto aparecieron los dedos de una mano humana que se pusieron a escribir, detrás del candelabro, en la cal de la pared del palacio real, y el rey vio la palma de la mano que escribía. Entonces el rey cambió de color, sus pensamientos le turbaron, las articulaciones de sus caderas se le relajaron y sus rodillas se pusieron a castañetear. En seguida fue introducido Daniel a la presencia del rey, y el rey dijo a Daniel: "¿Eres tú Daniel, uno de los judíos deportados, que mi padre el rey trajo de Judá? He oído decir que en ti reside el espíritu de los dioses y que hay en ti luz, inteligencia y sabiduría extraordinarias. Han sido introducidos ahora en mi presencia los sabios y adivinos para que leyeran este escrito y me declararan su interpretación, pero han sido incapaces de descubrir su sentido. He oído decir que tú puedes dar interpretaciones y resolver dificultades. Si, pues, logras leer este escrito y declararme su interpretación, serás vestido de púrpura, llevarás al cuello un collar de oro, y mandarás como tercero en el reino." Daniel tomó la palabra y dijo delante del rey: "Quédate con tus regalos y da tus obsequios a otro, que yo leeré igualmente al rey este escrito y le daré a conocer su interpretación. te has engreído contra el Señor del Cielo, se han traído a tu presencia los vasos de su Casa, y tú, tus dignatarios, tus mujeres y tus concubinas, habéis bebido vino en ellos. Habéis celebrado a los dioses de plata y oro, de bronce y hierro, de madera y piedra, que no ven ni oyen ni entienden, pero no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu propio aliento y de quien dependen todos tus caminos. Por eso ha enviado él esa mano que trazó este escrito. La escritura trazada es: Mené, Mené, Teqel y Parsín. Y ésta es la interpretación de las palabras: Mené: Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin; Tequel: has sido pesado en la balanza y encontrado falto de peso; Parsín: tu reino ha sido dividido y entregado a los medos y los persas."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La historia está llena de enigmas. El libro de Daniel los describe en forma de visiones y de sueños. Los símbolos, las palabras y los números deben interpretarse para comprender su sentido oculto. Pero no se trata de ponerse ante panoramas de esoterismo o, aún peor, ante escenarios de superstición, como pasa hoy fácilmente. El lenguaje del libro de Daniel, como en general el de la apocalíptica, se manifiesta mediante símbolos y números para estimularnos a ir más allá de lo que normalmente vemos de manera superficial. La Palabra de Dios nos ayuda a entender el misterio, a no quedarnos en la superficie de los hechos y de la historia. La evolución de los acontecimientos tiene un sentido; existen razones que guían los pasos de los hombres y los acontecimientos de la historia. ¿Por qué terminan los reinos y los imperios, incluso los más poderosos? El libro de Daniel reinterpreta la historia y en este breve texto da una explicación: "...como se volvió soberbio y arrogante, fue destronado y despojado de su gloria". Se describe el orgullo como la causa de la ruina de los imperios que han dominado la historia. El profeta Ezequiel ya había señalado el orgullo como el pecado original de los pueblos y, por tanto, el motivo de su fin, de su descenso hasta la muerte (capítulos 27-31). Daniel, el sabio de Dios, va más allá de la gloria efímera de la riqueza y del poder, que parece erigirse por encima de los pueblos durante un tiempo indefinido. Como en Ezequiel, el poder se asocia a la idolatría y al orgullo. Según la sabiduría de la Biblia, los ídolos no son más que la expresión del dominio y de una fe que no va más allá de uno mismo. Hace falta un hombre de Dios, cuya sabiduría provenga de él, para comprender el misterio de la historia y para no quedar encerrado en una manera de pensar dominada por el poder que somete a los demás y que no da libertad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.