ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 26 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Daniel 6,18-28

Se trajo una piedra que fue colocada a la entrada del foso, y el rey la selló con su anillo y con el anillo de sus dignatarios, para que no se pudiese cambiar la suerte de Daniel. Después el rey volvió a su palacio y pasó la noche en ayuno; no dejó que le trajeran concubinas y el sueño huyó de él. Al amanecer, al rayar el alba, el rey se levantó y se dirigió a toda prisa al foso de los leones. Acercándose al foso, gritó a Daniel con voz angustiada: "Daniel, servidor del Dios vivo, tu Dios, a quien sirves con perseverancia, ¿ha podido librarte de los leones?" Entonces Daniel habló con el rey: "¡Viva el rey eternamente! Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones y no me han hecho ningún mal, porque he sido hallado inocente ante él. Y tampoco ante ti, oh rey, he cometido falta alguna." El rey entonces se alegró mucho y mandó sacar a Daniel del foso. Sacaron a Daniel del foso y no se le encontró herida alguna, porque había confiado en su Dios. Y el rey mandó traer a aquellos hombres que habían acusado a Daniel y echarlos al foso de los leones, a ellos, y a sus hijos y mujeres. Y no habían llegado aún al fondo del foso cuando ya los leones se habían lanzado sobre ellos y les habían triturado todos los huesos. Entonces, el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitaban en toda la tierra: "¡Sea grande vuestra paz! Por mí se decreta que en todos los dominios de mi reino se tema y se tiemble ante el Dios de Daniel, porque él es el Dios vivo, que subsiste por siempre,
- su reino no será destruido
y su imperio durará hasta el fin - el que salva y libera, obra señales y milagros
en los cielos y en la tierra;
el que ha salvado a Daniel del poder de los leones."

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En la historia aparecen continuamente amenazas contra la fe en Dios, porque su presencia plantea preguntas, pone en tela de juicio la prepotencia y el orgullo humano, pide mirar más allá de uno mismo y enseña la misericordia en un mundo lleno de conflictos. Darío, rey del poderoso imperio persa, siguiendo el consejo de sus funcionarios, pide a todo el mundo la sumisión absoluta a su dominio. Aun así, siente respeto por Daniel y por su Dios, hasta el punto de que intenta ponerlo a salvo. A veces el mal parece tan fuerte que todo intento de oponerse a él es imposible. Daniel es lanzado a la fosa de los leones. Su vida parece haber llegado al final. ¿Qué fuerza ha tenido su fe? Esa es la pregunta que acompaña al creyente que se encuentra en situaciones difíciles, cuando el mal le afecta o ve la fuerza impresionante del mal. Daniel no se resignó a aquella fuerza que parecía invencible. Su fe llegó de manera inesperada hasta el rey Darío. La oración y las palabras del hombre de fe se comunican más allá de las expectativas de uno mismo. Es significativo que, a diferencia de lo que sucede en el horno de fuego abrasador, el mismo rey dirige su oración al Señor –y empieza también un ayuno– para salvar a Daniel del mal. La fe cambia también a los poderosos, los hace más humanos, y de ese modo los acerca más a Dios. Nunca debemos desesperarnos ante el mal, ni siquiera cuando parece que se abalanza sobre nosotros como un león rugiente para devorarnos, como dice la primera Epístola de Pedro: "Vuestro adversario, el diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe" (5,9). Daniel confió, y el Señor envió a un ángel para que lo liberara de la fosa de los leones. El Señor no permitirá que sus fieles queden atrapados por el mal o por la muerte. "Él salva y libera, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra y ha salvado a Daniel de las garras de los leones". Él liberará a aquellos que confían en él.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.