ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 2 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 25,6-10

Hará Yahveh Sebaot
a todos los pueblos en este monte
un convite de manjares frescos, convite de buenos
vinos:
manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos
y la cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente.
Enjugará el Señor Yahveh
las lágrimas de todos los rostros,
y quitará el oprobio de su pueblo
de sobre toda la tierra,
porque Yahveh ha hablado. Se dirá aquel día: "Ahí tenéis a nuestro Dios:
esperamos que nos salve;
éste es Yahveh en quien esperábamos;
nos regocijamos y nos alegramos
por su salvación." Porque la mano de Yahveh
reposará en este monte,
Moab será aplastado en su sitio
como se aplasta la paja en el muladar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El profeta presenta al Señor que prepara la salvación para todos los pueblos y la imagina como un banquete al que todos están invitados. Es el anuncio alegre a un pueblo oprimido que por fin puede cantar la victoria sobre el sufrimiento y sobre la muerte. La liturgia nos hace gustar desde ahora la alegría de este banquete universal. Cierto, no es sólo la satisfacción de vencer el hambre de pan. En la visión profética está también el cumplimiento de la necesidad de una vida plena, bella y pacífica con todos. Desgraciadamente hoy es frecuente –incluso entre cristianos- pensar que la salvación consiste en el bienestar individual, en la tranquilidad de la propia vida. Esta página bíblica nos revela que la salvación es lo opuesto a ese instinto narcisista que nos aleja de mirar a los demás. El profeta nos dice hoy que el Señor mismo consumirá el velo del egocentrismo que nos encierra en nosotros mismos, en nuestro pequeño mundo, en nuestros estrechos horizontes egocéntricos. No, la salvación es para todos los pueblos. No hay salvación sólo para alguno, quizá para algún que otro grupo que se cree perfecto. El Señor prepara el banquete para todos los pueblos. Y lo prepara con sus propias manos para que todos podamos gustar la plenitud de la comunión con él y por tanto también con todos. Esta visión de la salvación extirpa de raíz el instinto egocéntrico escondido en el corazón de cada uno. También Jesús compara el Reino de los cielos con un convite (Lc 14, 15-24) al que Dios invita "a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos". Sólo los ricos, es decir, los que están saciados de su propio yo y dominados por ellos mismos, lo rechazan. El banquete que el Señor prepara es siempre un banquete para todos. Y, téngase muy en cuenta, no llega sólo al final de los tiempos. Comienza ya desde ahora. Cada vez que se estrechan lazos de amistad y de cariño; cada vez que nos alejamos de nosotros mismos y creamos una familiaridad nueva, se realiza ese banquete. Podríamos decir que es un banquete en continua preparación. Y el Señor está ya desde ahora manos a la obra. De hecho, el profeta añade que Dios consumirá para siempre la muerte. Los discípulos de Jesús pueden cantar -junto al apóstol- la victoria sobre la muerte: "¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!" (1 Co 15, 55-57). Y es bella la imagen del Señor que pasa entre los invitados al banquete para enjugar sus lágrimas. Está llena de ternura. ¡Cómo no ver en ella una invitación a todos los creyentes para que descubran el ministerio de la consolación hacia quien está afligido y necesita consolación y reposo en un mundo tan frecuentemente despiadado y cruel! Por eso debemos acoger la bienaventuranza de Jesús: "Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados" (Mt 5,5).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.