ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 41,13-20

Porque yo, Yahveh tu Dios,
te tengo asido por la diestra.
Soy yo quien te digo: "No temas,
yo te ayudo." No temas, gusano de Jacob,
gente de Israel:
yo te ayudo - oráculo de Yahveh -
y tu redentor es el Santo de Israel. He aquí que te he convertido en trillo nuevo,
de dientes dobles.
Triturarás los montes y los desmenuzarás,
y los cerros convertirás en tamo. Los beldarás, y el viento se los llevará,
y una ráfaga los dispersará.
Y tú te regocijarás en Yahveh,
en el Santo de Israel te gloriarás. Los humildes y los pobres buscan agua,
pero no hay nada.
La lengua se les secó de sed.
Yo, Yahveh, les responderé,
Yo, Dios de Israel, no los desampararé. Abriré sobre los calveros arroyos
y en medio de las barrancas manantiales.
Convertiré el desierto en lagunas
y la tierra árida en hontanar de aguas. Pondré en el desierto cedros,
acacias, arrayanes y olivares.
Pondré en la estepa el enebro,
el olmo y el ciprés a una, de modo que todos vean y sepan,
adviertan y consideren
que la mano de Yahveh ha hecho eso,
el Santo de Israel lo ha creado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Es fácil, sobre todo en los momentos difíciles, olvidar el amor y la misericordia del Señor y ceder al miedo y al desánimo. Además, en este tiempo de globalización hasta el miedo parece haberse dilatado: el mundo nos parece demasiado grande y es fácil dejarse llevar por un sentimiento de miedo y desconfianza. La palabra del profeta viene y llama al creyente a tomar conciencia de la presencia misericordiosa de Dios en su vida: "No temas, yo te ayudo". La invitación se repite varias veces en esta página del profeta como queriendo forzar esa puerta del miedo que nos encierra en nosotros mismos y no nos deja ver el amor con el que hemos sido acompañados a través de no pocos signos concretos. El Señor insiste: "Siervo mío eres tú, te elegí y no te rechacé". Por esto puede añadir: "No temas, que contigo estoy yo". ¡Cuántas veces, también en los Evangelios, Jesús debe repetir a los discípulos que confíen en él y no tengan miedo! El Señor es el sostén de su pueblo, es el descanso para los pobres, es el liberador de los prisioneros. Y si es verdad que "Los humildes y los pobres buscan agua, pero no hay nada. La lengua se les secó de sed", es también verdad que el Señor viene pronto en su ayuda. El profeta habla del nuevo éxodo del pueblo de Israel del exilio de Babilonia: será una liberación todavía más profunda que la primera. De hecho, si durante el camino en el desierto después de la liberación de Egipto el pueblo de Israel fue calmado de su sed con agua que salió de una roca, ahora el Señor transformará todo el desierto "en lagunas y la tierra árida en hontanar de aguas". Es el amor del Señor el que cumple prodigios para su pueblo. Un amor que ha llegado a su culmen con Jesús, quien no sólo ha bajado del cielo para estar junto a nosotros, sino que incluso ha dado su vida para salvarnos del pecado y de la muerte. A nosotros se nos pide -como escribe el profeta- "ver y considerar" ese amor, y dejarnos tocar el corazón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.