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Vigilia del domingo
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Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 12 de diciembre

Recuerdo de Nuestra Señora de Guadalupe, en México.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 48,1-4.9-11

Después surgió el profeta Elías como fuego,
su palabra abrasaba como antorcha. El atrajo sobre ellos el hambre,
y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor cerró los cielos,
e hizo también caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos!
¿quién puede jactarse de ser igual que tú? en torbellino de fuego fuiste arrebatado
en carro de caballos ígneos; fuiste designado en los reproches futuros,
para calmar la ira antes que estallara,
para hacer volver el corazón de los padres a los
hijos,

y restablecer las tribus de Jacob. Felices aquellos que te vieron
y que se durmieron en el amor,
que nosotros también viviremos sin duda.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La palabra del Señor nos presenta hoy la figura de Elías. Tanto en la primera lectura tomada del libro del Eclesiástico como en el pasaje evangélico (Mt 17,10-13), se nos presenta la figura del profeta Elías. En el pasaje evangélico es Jesús mismo, bajando del monte después de la Transfiguración, quien habla del gran profeta. La tradición del tiempo afirmaba que antes del Mesías debería venir Elías. En verdad, Jesús confirma que ya ha venido. Pero se refería a Juan Bautista. El Eclesiástico, sin embargo, dice: "Surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha". El pueblo del Señor había caído en la dureza del corazón y en la obstinación de comportamientos violentos y pecaminosos. Es fácil no escuchar la Palabra de Dios que incluso se nos proclama con abundancia en nuestra vida. Mientras el Señor nos envuelve en su sueño de paz para el mundo, casi anticipando con su palabra el discurrir de la historia, el orgullo nos vuelve ciegos ante la obra de Dios y nos impide gustar su estupor y alegrarnos con gratitud. Sin embargo, la Palabra viene a nuestro encuentro y nos sorprende con la novedad de su anuncio, venciendo la costumbre de una escucha por descontada: "ahora mismo te cuento novedades, secretos que no conocías; cosas creadas ahora, no antes, cosas al día, que no las oíste, porque no digas: ‘Ya las sabía’". Si la palabra de los profetas nos parece ya conocida, si ya no nos sorprende, si no llega a lo profundo del corazón, es porque estamos demasiado seguros, porque creemos poseerla y, por tanto, ya no nos dejamos interrogar por ella ni nos asombran las novedades que siempre lleva consigo. La verdad es que lo más natural en nosotros es escucharnos a nosotros mismos y nuestras costumbres más que al Señor. Elías es la profecía que el Señor hace resonar nuevamente en nuestros oídos en este tiempo necesitado de grandes cambios. La predicación que recibimos en este tiempo, y no sólo del Papa Francisco, verdaderamente semejante a Elías, sigue cayendo "tres veces", como el fuego, en el corazón de los hombres. Muchos son los prodigios que contemplamos. ¿No hay un fuego que se enciende y que "reconcilia a los padres con los hijos"? Este fuego es el que la predicación ha encendido. Y dichosos nosotros si nos dejamos quemar por este fuego de la profecía: toda laceración será curada y la fraternidad reunida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.