ORACIÓN CADA DÍA

Oración del tiempo de Navidad
Palabra de dios todos los dias

Oración del tiempo de Navidad

Recuerdo de Laurindo y de Madora, jóvenes mozambiqueños que murieron a causa de la guerra; con ellos recordamos a todos los jóvenes que han muerto a causa de los conflictos y la violencia de los hombres. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración del tiempo de Navidad
Miércoles 30 de diciembre

Recuerdo de Laurindo y de Madora, jóvenes mozambiqueños que murieron a causa de la guerra; con ellos recordamos a todos los jóvenes que han muerto a causa de los conflictos y la violencia de los hombres.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 2,12-17

Os escribo a vosotros, hijos míos,
porque se os han perdonado los pecados
por su nombre. Os escribo a vosotros, padres,
porque conocéis al que es desde el principio.
Os escribo a vosotros, jóvenes,
porque habéis vencido al Maligno. Os he escrito a vosotros, hijos míos,
porque conocéis al Padre,
Os he escrito, padres,
porque conocéis al que es desde el principio.
Os he escrito, jóvenes,
porque sois fuertes
y la Palabra de Dios permanece en vosotros
y habéis vencido al Maligno. No améis al mundo
ni lo que hay en el mundo.
Si alguien ama al mundo,
el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo
- la concupiscencia de la carne,
la concupiscencia de los ojos
y la jactancia de las riquezas -
no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan;
pero quien cumple la voluntad de Dios
permanece para siempre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con una solemne triple alocución, el apóstol Juan se dirige a todos los creyentes. Los llama "hijos" porque han sido generados por él en la fe, pero también "padres" porque a su vez ellos mismos deben generar nuevos creyentes para la Iglesia, y también "jóvenes", es decir fuertes, porque conservando en el corazón la Palabra de Dios han vencido el poder del maligno. El apóstol invita a los creyentes a no amar el mundo ni las cosas del mundo, porque si así hacen se alejan del amor de Dios. En el lenguaje Joánico, el mundo no indica simplemente la creación sino la realidad terrena en cuanto subyugada al poder del maligno (Jn 12,31) y por tanto opuesta al Reino de Dios que es reino de amor, de justicia y de paz. Se siente aquí el eco de la oposición marcada por Jesús: "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt 6, 24). El creyente debe estar atento a no dejarse llevar por el poder del maligno, que prende en el corazón a través de la concupiscencia de la carne que empuja a quien es esclavo de ella a realizar el mal. El apóstol Pablo se lo recuerda también a los cristianos de Roma: "Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias" (Rm 13,14). Juan ejemplifica: la concupiscencia de la carne se manifiesta en "la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas". Por tanto, quien se deja llevar por estos instintos se aleja de Dios y es arrollado por la caducidad del mundo. Pero el mundo pasa, recuerdan tanto Juan como Pablo: "la representación de este mundo pasa" (1 Co 7,31), escribe Pablo a los Corintios. Por el contrario, quien cumple la voluntad de Dios permanece "para siempre", es decir, permanece en el amor. El tiempo de Navidad que estamos viviendo es un tiempo oportuno para hacer crecer en nosotros a ese niño: con Él permanecemos en el amor y apresuraremos la plenitud del Reino de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.