ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 19 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias ortodoxas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 16,1-13

Dijo Yahveh a Samuel: "¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después que yo le he rechazado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí." Samuel replicó: "¿Cómo voy a ir? Se enterará Saúl y me matará." Respondió Yahveh: "Lleva contigo una becerra y di: "He venido a sacrificar a Yahveh." Invitarás a Jesé al sacrificio y yo te indicaré lo que tienes que hacer, y me ungirás a aquel que yo te diga." Hizo Samuel lo que Yahveh le había ordenado y se fue a Belén. Salieron temblando a su encuentro los ancianos de la ciudad y le preguntaron: "¿Es de paz tu venida, vidente?" Samuel respondió: "Sí; he venido a sacrificar a Yahveh. Purificaos y venid conmigo al sacrificio." Purificó a Jesé y a sus hijos y les invitó al sacrificio. Cuando ellos se presentaron vio a Eliab y se dijo: "Sin duda está ante Yahveh su ungido." Pero Yahveh dijo a Samuel: "No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón." Llamó Jesé a Abinadab y le hizo pasar ante Samuel, que dijo: "Tampoco a éste ha elegido Yahveh." Jesé hizo pasar a Sammá, pero Samuel dijo: "Tampoco a éste ha elegido Yahveh." Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: "A ninguno de éstos ha elegido Yahveh." Preguntó, pues, Samuel a Jesé: "¿No quedan ya más muchachos?" El respondió: "Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño." Dijo entonces Samuel a Jesé: "Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido." Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo Yahveh: "Levántate y úngelo, porque éste es." Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos. Y a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahveh. Samuel se levantó y se fue a Ramá.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo precedente acaba con la noticia de que Dios ha rechazado a Saúl como rey de Israel. Y Samuel parece no saber hacer otra cosa que lamentarse del rechazo de Saúl. Una vez más interviene el Señor que ordena a Samuel que vaya donde Jesé, en Belén, fuera del reino del norte de Saúl y del perímetro Ramá-Belén-Mizpa, que a él le resultaba familiar. Debe ir a un nuevo territorio porque el Señor ha reconocido allí a un nuevo rey: "he visto entre sus hijos un rey para mí". Samuel reconoce la naturaleza arriesgada de la empresa y objeta: "Se enterará Saúl y me matará". Pero el Señor le sugiere la forma de sortear el obstáculo: ir a Belén. Al verlo, los habitantes tiene miedo. Saben bien quién es Samuel y piensan que pueda llevar turbación a la ciudad. Después de tranquilizarles, Samuel cumple el sacrificio y encuentra también a Jesé que hace desfilar a sus hijos delante de Samuel. Sólo el profeta conoce la razón de ese desfile, Jesé y los ancianos no saben que son testigos de un acontecimiento decisivo para la vida de Israel. Eliab, el primero de los hijos de Jesé, es atractivo y Samuel piensa que es el elegido; pero el Señor, que habla directamente al profeta, le advierte de que no se fije en su aspecto físico. Descartado Eliab, los demás hijos de Jesé parecen todos inadecuados. El octavo hijo es el más joven. A los ojos del padre parece no contar nada, hasta el punto de que ni siquiera lo presenta. Sin embargo, Samuel pide que le llamen: no se cenará hasta que no comparezca el octavo hijo. Es una escena singular: todos los ancianos están en pie esperando a este joven del que ni siquiera se ha dicho el nombre. Llega finalmente el joven David. Él es el que el Señor ha elegido para reinar sobre Israel. David tiene una bella apariencia: "era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia" (v. 12). "Éste es", escucha Samuel que le dice Dios. Y el profeta lo unge inmediatamente con el aceite. Es un acto privado que no se hace público. Pero Israel ya ha recibido de Dios un nuevo rey: "a partir de entonces, vino sobre David el espíritu del Señor" (v. 13). El Señor y Samuel ya están vinculados a este joven que debería reinar sobre Israel. La unción lo ha constituido en enviado de Dios. Es lo que le sucede a todo cristiano cuando recibe la unción en el Bautismo: su grandeza no está en su "estatura" o en su sabiduría, sino sólo en la predilección y en el amor de Dios. Es el Señor quien, a través de la fuerza de su Espíritu, realiza cosas grandes en sus hijos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.