ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas y pentecostales). Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de enero

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias y comunidades eclesiales (luteranas, reformadas, metodistas, baptistas y pentecostales).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 24,3-21

Tomó entonces Saúl 3.000 hombres selectos de todo Israel y partió en busca de David y de sus hombres al este del roquedal de Yeelim. Llegó a unos rediles de ganado junto al camino; había allí una cueva y Saúl entró en ella para hacer sus necesidades. David y sus hombres estaban instalados en el fondo de la cueva. Los hombres de David le dijeron: "Mira, este es el día que Yahveh te anunció: Yo pongo a tu enemigo en tus manos, haz de él lo que te plazca." Levantóse David y silenciosamente cortó la punta del manto de Saúl. Después su corazón le latía fuertemente por haber cortado la punta del manto de Saúl, y dijo a sus hombres: "Yahveh me libre de hacer tal cosa a mi señor y de alzar mi mano contra él, porque es el ungido de Yahveh." David habló con energía a sus hombres para que no se lanzasen contra Saúl. Saúl marchó de la cueva y continuó su camino, tras lo cual se levantó David, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl: "¡Oh rey, mi señor!" Volvió Saúl la vista, e inclinándose David, rostro en tierra, se postró ante él, y dijo David a Saúl: "¿Por qué escuchas a las gentes que te dicen: David busca tu ruina? Hoy mismo han visto tus ojos que Yahveh te ha puesto en mis manos en la cueva, pero no he querido matarte, te he perdonado, pues me he dicho: No alzaré mi mano contra mi señor, porque es el ungido de Yahveh. Mira, padre mío, mira la punta de tu manto en mi mano; si he cortado la punta de tu manto y no te he matado, reconoce y mira que no hay en mi camino maldad ni crimen, ni he pecado contra ti, mientras que tú me pones insidias para quitarme la vida. Que juzgue Yahveh entre los dos y que Yahveh me vengue de ti, pero mi mano no te tocará, pues como dice el antiguo proverbio: De los malos sale malicia, pero mi mano no te tocará. ¿Contra quién sale el rey de Israel, a quién estás persiguiendo? A un perro muerto, a una pulga. Que Yahveh juzgue y sentencie entre los dos, que él vea y defienda mi causa y me haga justicia librándome de tu mano." Cuando David hubo acabado de decir estas palabras a Saúl, dijo Saúl: "¿Es ésta tu voz, hijo mío David?" Y alzando Saúl su voz, rompió a llorar, y dijo a David: "Más justo eres tú que yo, pues tú me haces beneficios y yo te devuelvo males; hoy has mostrado tu bondad, pues Yahveh me ha puesto en tus manos y no me has matado. ¿Qué hombre encuentra a su enemigo y le permite seguir su camino en paz? Que Yahveh te premie por el bien que hoy me has hecho. Ahora tengo por cierto que reinarás y que el reino de Israel se afirmará en tus manos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Saúl ha regresado de su aventura con los filisteos y retoma la persecución de David que, mientras tanto, se había refugiado en la región de Engadí. Saúl es mucho más fuerte que el pequeño grupo que se reúne alrededor de David. Pero la escena que se describe da la vuelta a las partes. "Saúl -escribe el autor sagrado- entró en ella [una cueva] para hacer sus necesidades. David y sus hombres estaban en el fondo de la cueva" (v. 4). Saúl se encuentra en una situación en la que puede ser eliminado por David. Los seguidores de David están convencidos de que el Señor mismo ha preparado este momento: "Mira, éste es el día que el Señor te anunció: Yo pongo a tu enemigo en tus manos, haz de él lo que te plazca" (v. 5). Esta frase parece sugerir a David la eliminación del enemigo, pero David no quiere la muerte de Saúl. Más bien desea que cambie su comportamiento: le corta sólo la punta del manto, de manera que reflexione y se arrepienta. Saúl comprende que está a merced de David quien, sin embargo, no se aprovecha de ello. De inmediato- escribe el texto- a David "su corazón le latía fuertemente" porque le había faltado el respeto al rey que, en cualquier caso, "es el ungido del Señor" (7). David advierte a los suyos para que no lleven a cabo acciones ulteriores: "haz de él lo que te plazca" le dicen. David sale también de la cueva y se dirige Saúl con palabras llenas de respeto y de autoridad: "Acabas de ver que el Señor te ha puesto en mis manos en la cueva, y han hablado de matarte, pero te he perdonado" (v. 11). En efecto, David habría podido "destruirlo" pero no lo ha hecho tanto por respeto hacia Saúl como por obediencia a Dios. Quiere convencerle de su inocencia y de su constante respeto hacia él: lo llama "rey" y también "padre mío". E improvisa un discurso para demostrar su total inocencia. Luego pide al rey que abandone sus pasiones y su rabia y que considere la evidencia de las cosas dejando que prevalezca la justicia de Dios (v. 13). Por tanto, no debe encarnizarse contra él que es como un perro muerto o, incluso menos, una pulga. Y pide que sea Dios mismo quien haga de juez entre ellos. Saúl comprende las palabras de David y responde llamándole "hijo mío". Y estalla en llanto (v. 17). Llora por la conmoción por David, pero también porque se ha dejado llevar por un "espíritu malo". Dice a David: "Más justo eres tú que yo, pues tú me haces beneficios y yo te devuelvo males" (v. 18). Y añade: "¿Qué hombre encuentra a su enemigo y le permite seguir su camino en paz?" (v. 20). Saúl reconoce así a David como rey. El amor de David ha derrotado la malicia de Saúl y le ha llevado a la acogida de la voluntad de Dios y a rezar para que no elimine su descendencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.