ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 13 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Isaías 58,9-14

Entonces clamarás, y Yahveh te responderá,
pedirás socorro, y dirá: "Aquí estoy."
Si apartas de ti todo yugo,
no apuntas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan,
y al alma afligida dejas saciada,
resplandecerá en las tinieblas tu luz,
y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará Yahveh de continuo,
hartará en los sequedales tu alma,
dará vigor a tus huesos,
y serás como huerto regado,
o como manantial
cuyas aguas nunca faltan. Reedificarán, de ti, tus ruinas antiguas,
levantarás los cimientos de pasadas generaciones,
se te llamará Reparador de brechas,
y Restaurador de senderos frecuentados. Si apartas del sábado tu pie,
de hacer tu negocio en el día santo,
y llamas al sábado "Delicia",
al día santo de Yahveh "Honorable",
y lo honras evitando tus viajes,
no buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en Yahveh,
y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la
tierra.
Te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre;
porque la boca de Yahveh ha hablado.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El pasaje de Isaías continúa la reflexión sobre el ayuno: ¿cuál es el ayuno que Dios quiere que se practique? De nuevo se pide liberar de la opresión, añadiendo la invitación a "no apuntar con el dedo y no hablar maldad", es decir, el juicio malvado y el hablar mal, prácticas muy extendidas también hoy. El texto retoma una afirmación de los versículos precedentes, en los que se pedía "partir al hambriento tu pan", haciendo sin embargo un cambio extraordinario: se trata –como dice la traducción actual- de "abrir el corazón al hambriento". Sería mejor decir "abrirte tú mismo (o tu alma) al hambriento": no se trata de compartir el alimento con el hambriento, sino de compartirse uno mismo, la propia vida. El ayuno que Dios desea se convierte en un compartir la propia vida con los pobres. Esta elección, que compromete personalmente, conduce a un cambio profundo de la propia existencia. Las consecuencias descritas en los versículos siguientes son claras: el Señor guiará a quien realiza esta conversión de sí mismo a los pobres; le dará fuerza, hará que sea "como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan". El amor por los pobres cambia radicalmente la vida y convierte a la persona en punto de referencia para los demás, fuente de vida para el mundo. Más aún: "Se te llamará Reparador de brechas, y Restaurador de senderos frecuentados". Quien se da a los pobres hace habitable una ciudad en ruinas, para que se haga realidad en ella ese pueblo de "humildes y pobres" del que habla Sofonías. El texto añade una última invitación en relación al sábado, el día del Señor: observarlo hace posible vivir plenamente cuanto hemos escuchado hasta ahora. En efecto, existe una profunda unidad entre conmemorar al Señor en su día y el amor por los pobres. Sin la escucha de la Palabra de Dios, sin el recuerdo de su amor, cada uno se verá preso de sí mismo y vivirá una religiosidad exterior, llena de prácticas sin un centro ni un corazón. El Señor nos invita en el tiempo de Cuaresma a vivir con él, a recordar su amor, para que podamos ayunar de nosotros mismos y darnos a los demás, empezando por los pobres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.