ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón, hermano en la fe del apóstol Pablo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 16 de febrero

Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón, hermano en la fe del apóstol Pablo.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Isaías 55,10-11

Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar,
para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca,
que no tornará a mí de vacío,
sin que haya realizado lo que me plugo
y haya cumplido aquello a que la envié.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Estos versículos concluyen la segunda parte del libro de Isaías, que comienza en el capítulo 40, obra de un profeta que vivió durante el exilio en Babilonia. El tiempo después del exilio fue en cualquier caso un tiempo difícil para Israel. La dramática experiencia del exilio llevaba asociadas dudas e incertidumbres. Ciertamente el retorno a Jerusalén había suscitado muchas esperanzas, pero a su vez cobró fuerza la pregunta de cómo reconstruir la vida tras la amarga experiencia del exilio. La convicción era clara: la Palabra de Dios debía ser nuevamente el fundamento y la raíz que alimentara la fe. Sí, la fe en el Señor y en su ayuda debía volver a ser la fuerza y la esperanza de ese pueblo, como debe serlo también hoy para toda la comunidad cristiana y para cada uno de los creyentes. La Palabra de Dios, en efecto, tiene una fuerza increíble de cambio, aunque continuemos mostrándonos escépticos. Dios mismo la ha enviado para que tenga efecto, para que sea eficaz, es decir, cambie la historia y los corazones. El profeta lo afirma: como la lluvia y la nieve riegan la tierra y la hacen fecunda, así ocurre con la Palabra de Dios. Cuando es escuchada y acogida en el corazón -es el sentido de la parábola evangélica del sembrador- produce mucho fruto. Por esto es bueno preguntarnos: ¿escuchamos nosotros al Señor que nos habla? El apóstol Pablo afirma con claridad que "la fe nace de la predicación" (Rm 10, 17), es decir, de la escucha. Cuando continuamos repitiendo nuestras costumbres de siempre, poniendo dificultades para reconducir nuestra vida por el camino del amor; cuando seguimos siendo prisioneros de nuestro egocentrismo o dejándonos arrastrar por la costumbre habitual de culpar a los demás y justificarnos a nosotros mismos, ¿no deberíamos preguntarnos: ¿pero yo realmente escucho al Señor que me habla?, ¿dejo que su Palabra empape mi corazón y lo fecunde? ¿Soy como María, que "custodiaba" la Palabra de Dios en su corazón? Por el contrario, ¿cuántas veces nuestro corazón está lleno de preocupaciones, afanes, obstáculos, malos sentimientos, pasiones, que sofocan la Palabra de Dios aunque la hayamos escuchado? ¿No deberíamos dejarnos guiar más por el Evangelio e imitar al Señor Jesús? Y cuando decimos que escuchamos el Evangelio pero no llegamos a ponerlo en práctica, preguntémonos si realmente lo escuchamos, si tenemos el corazón abierto y atento a la predicación. Varias veces se repite en el Evangelio que la siembra de la Palabra dará siempre frutos. Confiando en esta convicción evangélica, lo que se nos pide es no dejar nunca de escuchar la Palabra de Dios, que ciertamente dará sus frutos. El profeta afirma que la Palabra de Dios no vuelve a Él "de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié". Pidamos al Señor que nos dé un corazón dispuesto a escuchar, para que la conversión que nos pide a cada uno de nosotros en este tiempo pueda realizarse.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.