ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 17 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jonás 3,1-10

Por segunda vez fue dirigida la palabra de Yahveh a Jonás en estos términos: Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad y proclama el mensaje que yo te diga. Jonás se levantó y fue a Nínive conforme a la palabra de Yahveh. Nínive era una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: "Dentro de cuarenta días Nínive será destruida." Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor. La palabra llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó su manto, se cubrió de sayal y se sentó en la ceniza. Luego mandó pregonar y decir en Nínive: "Por mandato del rey y de sus grandes, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado ni pasten ni beban agua. Que se cubran de sayal y clamen a Dios con fuerza; que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. ¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y no perezcamos." Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Dios busca a Jonás para confiarle una misión importante: anunciar su Palabra en la gran ciudad de Nínive. Ya lo había llamado una primera vez con este objetivo, como relata el comienzo del libro, pero Jonás huyó. Nínive le daba miedo, y es comprensible: Nínive, en el imaginario de Israel, constituía su peor enemigo, la capital del imperio asirio que había emprendido tantas guerras para destruir el reino de Israel. ¿No podía Dios confiarle una misión más sencilla? Pero el Señor es paciente: preocupado por la situación de esa ciudad se dirige de nuevo a Jonás con la esperanza de que escuche. El texto insiste en subrayar la grandeza de la ciudad. Podemos pensar también en las grandes ciudades de nuestro tiempo, sobre todo las megalópolis. Realmente dan miedo, ¿cómo hacer frente a sus problemas, cómo combatir el mal y la violencia? Es fácil huir, es decir, lavarse las manos para refugiarse en el propio pequeño recinto, en el interés por uno mismo y su propio rinconcito. Es la tentación de la fuga que sintió también Jonás. Pero tras la insistencia de Dios –pensemos cuántas veces el Señor sigue hablándonos- Jonás escucha y se pone en camino. Su predicación es clara aunque terrible: "En el plazo de cuarenta días Nínive será destruida", y siempre tiene como objetivo hacer nacer y madurar la conciencia de que si el mal crece y se desarrolla destruirá inexorablemente a los hombres y la ciudad. Jonás recorrió sólo un tercio de la ciudad, un día de camino de los tres que se necesitaban para atravesarla completamente, y los habitantes de Nínive "creyeron en Dios, organizaron un ayuno". Hasta el rey, cuando le llegó la Palabra de Dios, ordenó que toda la ciudad participase en un gesto de arrepentimiento. El rey, y con él todo el pueblo, esperaban "a ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos". En efecto, el ayuno y la oración cambiaron el corazón de Dios, que aplacó el ardor de su ira y salvó la ciudad y sus habitantes de la destrucción. La oración doblega el corazón de Dios, lo induce a la misericordia y al perdón. Él siempre perdona si los hombres se dirigen a él. Jonás muestra que hay que confiar siempre en la fuerza de la Palabra de Dios: cada vez que se comunica realiza el milagro del cambio. Nadie, ni siquiera el peor enemigo, está condenado a permanecer igual a sí mismo. La Palabra de Dios puede en verdad cumplir, siempre y en cualquier lugar, el milagro de la conversión, de la victoria del bien sobre el mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.