ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 7 de marzo

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Isaías 65,17-21

Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén "Regocijo", y a su pueblo "Alegría"; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga allí jamás lloro ni quejido. No habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años, y el que no alcance los cien años será porque está maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantarán viñas y comerán su fruto.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El pasaje de Isaías que hemos escuchado se inscribe en el cuadro del retorno a Jerusalén del pueblo de Israel tras el exilio, mientras se está reconstruyendo la ciudad. Hace ya un tiempo que han regresado a Jerusalén, pero a los israelitas les cuesta volver con el corazón al Señor, a observar su ley, y a recuperar la alegría de la alianza con Él y de la participación en su diseño de amor. Es cuando interviene el profeta, llamado para arrancar al pueblo de Israel de la resignación en la que ha caído tras el retorno del exilio, como si ya no existiera esperanza alguna de un futuro nuevo y hermoso para ellos. La Palabra de Dios resuena nuevamente para despertar del torpor y la resignación a Israel. Y es una vez más el Señor quien muestra su visión junto a la misión que quiere confiarles. El profeta los llama a ir más allá de su tristeza: "He aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén «Regocijo», y a su pueblo «Alegría»" (vv. 17-18). Evidentemente el recuerdo del pasado exilio se había grabado profundamente en el corazón y la mente del pueblo de Israel, hasta apagar en sus corazones la esperanza de un futuro nuevo, y quizá incluso hacerlo resignarse a vivir un destino pobre y autorreferencial. El Señor interviene y dona a su pueblo una nueva visión, un sueño nuevo, y con él una nueva energía. Es Él mismo quien lo involucra de una manera plena. La resignación que había empujado al pueblo a encerrarse en sí mismo nacía del confiarse poco al Señor, como si la reconstrucción de la ciudad fuese sólo obra de ellos. En verdad el Señor desciende una vez más en medio de ellos y los hace participar en su gran proyecto, en el sueño de hacer de todos los pueblos una sola familia, y de Jerusalén la ciudad de todos. Será una ciudad donde no "se oiga allí jamás lloro ni quejido" (v. 19), ni "habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años, y el que no alcance los cien años será porque está maldito" (v. 20). Es un sueño que se destaca con fuerza todavía hoy en toda su profecía. El Señor nos lo confía también a nosotros, pidiéndonos abandonar toda pereza y resignación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.