ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 16 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Daniel 3,14-20.46-50.91-92.95

Nabucodonosor tomó la palabra y dijo: «¿Es verdad, Sadrak, Mesak y Abed Negó, que no servís a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que yo he erigido? ¿Estáis dispuestos ahora, cuando oigáis sonar el cuerno, el pífano, la cítara, la sambuca, el salterio, la zampoña y toda clase de música, a postraros y adorar la estatua que yo he hecho? Si no la adoráis, seréis inmediatamente arrojados en el horno de fuego ardiente; y ¿qué dios os podrá librar de mis manos?» Sadrak, Mesak y Abed Negó tomaron la palabra y dijeron al rey Nabucodonosor: «No necesitamos darte una respuesta sobre este particular. Si nuestro Dios, a quien servimos, es capaz de librarnos, nos librará del horno de fuego ardiente y de tu mano, oh rey; y si no lo hace, has de saber, oh rey, que nosotros no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has erigido.» Entonces el rey Nabucodonosor, lleno de cólera y demudada la expresión de su rostro contra Sadrak, Mesak y Abed Negó, dio orden de que se encendiese el horno siete veces más de lo corriente, y mandó a los hombres más fuertes de su ejército que ataran a Sadrak, Mesak y Abed Negó y los arrojaran al horno de fuego ardiente. Los siervos del rey que los habían arrojado al horno no cesaban de atizar el fuego con nafta, pez, estopa y sarmientos, tanto que la llama se elevaba por encima del horno hasta cuarenta y nueve codos, y al extenderse abrasó a los caldeos que encontró alrededor del horno. Pero el ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, empujó fuera del horno la llama de fuego, y les sopló, en medio del horno, como un frescor de brisa y de rocío, de suerte que el fuego nos los tocó siquiera ni les causó dolor ni molestia. Entonces el rey Nabucodonosor, estupefacto, se levantó a toda prisa y preguntó a sus consejeros: «¿No hemos echado nosotros al fuego a estos tres hombres atados?» Respondieron ellos: «Indudablemente, oh rey.» Dijo el rey: «Pero yo estoy viendo cuatro hombres que se pasean libremente por el fuego sin sufrir daño alguno, y el cuarto tiene el aspecto de un hijo de los dioses.» Nabucodonosor exclamó: «Bendito sea el Dios de Sadrak, Mesak y Abed Negó, que ha enviado a su ángel a librar a sus siervos que, confiando en él, quebrantaron la orden del rey y entregaron su cuerpo antes que servir y adorar a ningún otro fuera de su Dios.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El capítulo tercero del libro de Daniel habla de una estatua de oro mandada erigir por el rey Nabucodonosor para que fuese adorada por todos los súbditos de su reino. Sin embargo algunos judíos, Sadrac, Misac y Abdénago, provenientes de Judea tras la destrucción de Jerusalén, se negaron a rendir culto a la estatua, a la que consideraban un ídolo. Por este motivo fueron arrojados a un horno ardiente, del cual primero Azarías y luego tres niños dirigieron al Señor los dos cánticos que encontramos en este capítulo. Las palabras de Azarías se asemejan a las de los salmos. No comienza con un lamento, como se podría esperar en una situación tan difícil como ésta. En cambio lo que hace es ante todo bendecir al Señor, del cual proclama su justicia. Azarías no reclama derechos ni la propia inocencia; al contrario, reconoce su pecado y el de su pueblo. Pero precisamente por eso invoca la misericordia de Dios: "Porque hemos pecado, hemos obrado mal". De la conciencia del propio pecado la boca de Azarías se abre a la invocación de la misericordia del Señor: "¡No nos abandones para siempre, por el honor de tu nombre, no rompas tu alianza, no nos niegues tu misericordia!" Azarías invoca la misericordia divina para un pueblo reducido a la esclavitud, privado completamente de libertad, para hombres próximos a la muerte. En la prueba, el creyente se dirige a su Señor con la certeza de ser escuchado. Es la fuerza de la oración la que libera de la muerte y da la libertad de cantar la gloria de Dios. Ante un mundo que parece destinar al abismo de la fosa a tantos hombres y mujeres privados de toda libertad y bajo el dominio de la violencia, también nosotros dirigimos nuestra oración al Señor, convencidos de que Él escucha a sus hijos. Del horno ardiente los tres jóvenes cantan la alabanza a Dios. Se trata de una especie de cántico de las criaturas como aquel con el que Francisco de Asís quiso unirse a la creación entera para rendir gloria al Dios creador. Parecido al Salmo 104, el hombre de fe se dirige al Señor, y mientras celebra su grandeza, reconoce haber sido salvado por él de la muerte. La alabanza libera el corazón, hace partícipe al hombre de la creación y de la propia obra del Creador. Cuando el Señor terminó su obra, como cuenta el inicio del segundo capítulo del libro del Génesis, estableció el sábado, lo bendijo y lo consagró para que el hombre pudiera participar mediante la alabanza en la obra creadora. Sin el sábado, el día en el que el hombre alaba a Dios, la creación no llega a completarse. Ante la cercanía de la muerte o del peligro nos dirigimos al Señor, alabamos las maravillas realizadas por él, y de ese modo saboreamos ya la libertad y la salvación. El estribillo, que los tres jóvenes nos invitan a repetir, "alabadlo y ensalzadlo por los siglos", nos une a todas las criaturas para reconocer con ellas la grandeza de la misericordia de Dios. "Bendecid", repite el himno al comienzo de cada versículo. La oración es sobre todo bendición, y nos hace partícipes de la vida divina, nos preserva de la maldición y de una vida alejada del Señor. "Bendecid": es la invitación a ponerse como horizonte el mundo a partir de Dios. De ese modo ninguna criatura nos es extraña porque todo nace de Dios, y nos convertimos en responsables de la creación entera. En los últimos versículos todos los hombres nos vemos envueltos en este cántico universal: "Seres humanos, bendecid al Señor". Los tres jóvenes exhortan también a Israel, a los sacerdotes, a los espíritus y almas de los justos, los siervos del Señor, los santos y humildes de corazón, a alabar todos al Señor. La oración de alabanza a Dios libera a todos del pequeño mundo de las obligaciones particulares y pone en comunión con todos los seres vivientes. Recorramos así en la oración la obra creadora de Dios, para poder cantar con todas las criaturas su misericordia. Su "gracia", de hecho, dura para siempre. Éste es el descubrimiento del hombre que reza y que, incluso en el abismo y ante la amenaza del mal, no cesa de cantar la alabanza de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.