ORACIÓN CADA DÍA

Lunes del ángel
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Libretto DEL GIORNO
Lunes del ángel
Lunes 28 de marzo

Lunes del Ángel


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 2,14.22-32

Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al Señor delante de mí,
puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón
y se ha alborozado mi lengua,
y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades
ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.
Me has hecho conocer caminos de vida,
me llenarás de gozo con tu rostro. «Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

La primera lectura de las celebraciones eucarísticas del tiempo de Pascua se extrae del libro de los Hechos de los Apóstoles, como queriendo mostrar el fruto que brota del misterio de la Pascua: hombres y mujeres de lenguas y proveniencia diversas se encuentran reunidos en torno al Señor Jesús, que ha vencido la muerte y ha dado comienzo a una nueva comunión entre los hombres. Es lo que el apóstol Pedro dice a la multitud que se ha reunido ante la puerta del cenáculo, inmediatamente después de Pentecostés, una multitud heterogénea que representaba a todos los pueblos de la tierra que esperaban ese Evangelio de la salvación. El apóstol, mirando los rostros provenientes de todos los países, anuncia que Jesús ha vencido el mal y la muerte, y ha instaurado un mundo nuevo, más justo para todos. Aquel joven profeta de Nazaret, tras haber realizado milagros y curaciones –afirma Pedro- se entregó voluntariamente a la violencia del mal. Fue condenado a muerte y crucificado, pero el Padre lo resucitó, "librándole de los lazos del Hades". Su obediencia a Dios, el abandono a la voluntad del Padre y el amor sin límites por los hombres, le hicieron merecedor de la resurrección. "A este Jesús Dios le resucitó", dice Pedro a la multitud. Es el Evangelio de la Pascua, el corazón de la predicación cristiana que desde aquel día ha atravesado los siglos llegando hasta nosotros. Es más, se nos confía para que también nosotros continuemos comunicándolo por todo el mundo. Éste es el Evangelio que hemos recibido y que ahora estamos llamados a comunicar a nuestro mundo globalizado y todavía esclavo del pecado y de la muerte, que lo espera. El Jesús que anuncia Pedro es el Jesús del Evangelio, es decir, aquel que ha amado a todos hasta el punto de tomar consigo el pecado de todos, y que entregándose a la muerte por amor la ha vencido para siempre. Si hasta ese momento la muerte ponía el punto final en la vida, desde ese día ocurre lo contrario: la vida vence a la muerte, el amor vence al mal. Lo habían preanunciado los profetas; con Jesús se cumple esta profecía, y Pedro, a través del testimonio de los discípulos de todo tiempo, sigue diciendo: "A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.