ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Pascua
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Pascua
Martes 29 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 2,36-41

«Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.» Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cristo ha resucitado de entre los muertos y no muere más!
El nos espera en Galilea!

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Sepa, pues, con certeza todo Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado". Son algunas de las primeras afirmaciones de Pedro a la multitud que se había reunido ante el cenáculo tras Pentecostés. Estas palabras, penetrantes como la lengua de fuego que había descendido sobre la cabeza de los apóstoles, tocaron el corazón de quienes escuchaban, hasta el punto de sentir "el corazón compungido", como señalan los Hechos. Es el objetivo que debe fijarse toda predicación: llegar al corazón de quien escucha y atravesarlo, es decir, conmoverlo, interrogarlo, corregirlo, inquietarlo. El apóstol Pablo, más adelante, dirá que la Palabra de Dios es como una espada de doble filo que penetra hasta lo profundo del corazón. En efecto, conmovidos, los que escuchaban plantearon a Pedro una pregunta simple pero fundamental: "¿Qué hemos de hacer?" La respuesta del apóstol fue igualmente clara: "Convertíos, y poneos a salvo de esta generación perversa". No hace la acostumbrada y tediosa condena de los tiempos presentes, quizá con la nostalgia de un pasado mejor, ni recita una fórmula abstracta del catecismo. Pedro propone el Evangelio como fuerza de cambio del corazón. De hecho es como una levadura de amor que transforma la sociedad, como una energía que lleva a concebir y a vivir de forma nueva las relaciones entre los hombres. El Evangelio no pretende dictar un programa político o de reorganización social para construir quizá una sociedad cristiana. La pretensión del Evangelio es mucho más simple por un lado, y más profunda por otro: la conversión del corazón. El mundo comienza a cambiar cuando cambia el corazón de cada hombre y de cada mujer. Del Evangelio nace una nueva comunidad de hombres y de mujeres que ya no son esclavos de la soledad y del egoísmo, sino partícipes en la victoria del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Éste es el sentido de las palabras de Pedro cuando exhorta: "Poneos a salvo de esta generación perversa". En efecto, se trata de comenzar a vivir de forma renovada a la luz del Evangelio. El autor de los Hechos deja bien delineados los rasgos de esta nueva comunidad un poco más adelante: la escucha de las enseñanzas de los apóstoles, la unión fraterna, la fracción del pan y la oración, y la comunión de bienes. Son cuatro indicaciones modélicas todavía hoy.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.