ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 8 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 5,34-42

Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, con prestigio ante todo el pueblo, se levantó en el Sanedrín. Mandó que se hiciera salir un momento a aquellos hombres, y les dijo: «Israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Porque hace algún tiempo se levantó Teudas, que pretendía ser alguien y que reunió a su alrededor unos cuatrocientos hombres; fue muerto y todos los que le seguían se disgregaron y quedaron en nada. Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le habían seguido se dispersaron. Os digo, pues, ahora: desentendeos de estos hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. No sea que os encontréis luchando contra Dios.» Y aceptaron su parecer. Entonces llamaron a los apóstoles; y, después de haberles azotado, les intimaron que no hablasen en nombre de Jesús. Y les dejaron libres. Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre. Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús cada día en el Templo y por las casas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los apóstoles están ante el Sanedrín, acusados porque siguen predicando el nombre de Jesús. La respuesta de los apóstoles ha irritado hasta tal punto a los miembros del Sanedrín que les ha llevado a querer darles muerte. Gamaliel, un fariseo de buenos sentimientos y apreciado por todos, se da cuenta de la injusticia que se está perpetrando contra los apóstoles y, en plena sesión, se levanta y toma la palabra para defenderles. Se podría pensar que había participado en las vicisitudes del Sanedrín cuando este de todas las formas intentaba acusar a Jesús y hacerle callar; y no es difícil pensar que fuera también amigo de Nicodemo y de José de Arimatea. Su discurso es sabio y lleno de sabiduría religiosa: llama a los presentes a considerar que es Dios quien guía los acontecimientos de la historia y no es oportuno ponerse en contra de Él. A Gamaliel no le mueve ni la astucia ni el cálculo, y mucho menos la envidia, que en cambio se había insinuado en los pensamientos de la mayoría de los miembros del Sanedrín. Él es un creyente judío que siente la responsabilidad de ayudar a sus compañeros y por tanto de intentar salvar a aquel grupo de seguidores de Jesús. A los miembros del Sanedrín les dirige un discurso muy lineal: si la obra de estos no viene de Dios, pronto acabará, pero si viene de Dios vosotros, al oponeros a ellos, os arriesgáis a enfrentaros a Dios mismo. El Sanedrín, afectado por la sabiduría de las palabras de Gamaliel, aceptó su consejo y dejó libres a los apóstoles, pero después de azotarles y ordenarles que ya no hablaran de Jesús. En verdad, parece suceder todo lo que ya Pilato había hecho con Jesús cuando dijo: "Así que le daré un escarmiento y le soltaré" (Lc 23, 16). En realidad no podían hacer callar y tener solo para ellos mismos el Evangelio del amor de Jesús, al contrario, salieron alegres al haber podido sufrir al menos un poco lo que había sufrido Jesús. Lucas, con una nota final que cierra esta narración, subrayando que los apóstoles siguieron, cada día, anunciando que Jesús era el salvador en el templo y en las casas.; y veían que la gente necesitada recibía su anuncio con alegría. Verdaderamente su predicación era una buena noticia que confortaba y daba esperanza a quienes se dirigía.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.