ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Vigilia del domingo

Recuerdo de María de Cleofás, que estaba con las otras mujeres al pie de la cruz del Señor. Oración por todas las mujeres que siguen al Señor en cualquier parte del mundo, con coraje y en medio de las dificultades.
Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en el campo de concentración de Flossenburg.
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Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 9 de abril

Recuerdo de María de Cleofás, que estaba con las otras mujeres al pie de la cruz del Señor. Oración por todas las mujeres que siguen al Señor en cualquier parte del mundo, con coraje y en medio de las dificultades.
Recuerdo de Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en el campo de concentración de Flossenburg.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 6,1-7

Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra.» Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo 6 de los Hechos se abre con la narración del primer gran problema surgido en la comunidad cristiana precisamente en sus comienzos. No se trata de una cuestión doctrinal, sino de una relacionada con la caridad, con el servicio a los pobres que era una de las dimensiones centrales de la vida de la cristiana. Poco antes, al hacer la síntesis de la vida de la comunidad, Lucas escribió: "No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían… y el importe de las ventas… se repartía a cada uno según su necesidad" (4,34-35). En verdad comenzó a ocurrir un hecho lamentable: se hacía una fuerte discriminación en la ayuda a las viudas entre las aquellas que procedían de la ciudad y las que venían de afuera, de la diáspora. A las primeras se las ayudaba con regularidad, mientras que a las segundas no se las tenía en cuenta. Ese tratamiento diferente produjo una fuerte reacción por parte de los helenistas de la diáspora. Por lo demás, ¿cómo podía tolerarse que la caridad hiciera preferencias entre las viudas de la ciudad y las de la diáspora? Era un escándalo evidente. Al poco tiempo el propio Pedro dirá que "Dios no hace acepción de personas" (Hch 10,34). Los apóstoles, para dirimir la cuestión, reunieron una asamblea para discutir el problema y decidieron reorganizar la vida de la comunidad incluso en la vertiente de la asistencia. A la tarea primaria de anunciar el Evangelio se unía la también esencial de la caridad. No era posible que la predicación no desembocara también en la caridad; esta última era más bien una confirmación. Por esto se eligió a siete diáconos (servidores) con la tarea de organizar el servicio de la caridad para los pobres, para las viudas y para todo el que tuviera necesidad. Pero téngase cuidado, no es que el servicio a los pobres fuera confiado solo a ellos, porque era, y siempre sigue siendo, deber de todos los cristianos. Los diáconos habrían tenido el deber de exhortar a todos a la generosidad hacia los pobres y cuidar que todo se desarrollara de la mejor manera posible, es decir, con amor. La caridad es un deber primario de todos los creyentes, cada uno debe encontrar su modo de practicarla. Con referencia a esta, como recuerda el evangelista Mateo, seremos juzgados.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.