ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 13 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 8,1b-8

Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les predicaba a Cristo. La gente escuchaba con atención y con un mismo espíritu lo que decía Felipe, porque le oían y veían las señales que realizaba; pues de muchos posesos salían los espíritus inmundos dando grandes voces, y muchos paralíticos y cojos quedaron curados. Y hubo una gran alegría en aquella ciudad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La lapidación de Esteban marca una etapa importante en la historia de la primera comunidad cristiana. Por lo demás Jesús había dicho que "si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,25); y algún siglo después, un sabio cristiano, Tertuliano, dirá: "La sangre de los mártires es semilla de los cristianos". En efecto, la feroz lapidación de Esteban no se fijaba solo en él, pues esta desencadenó la persecución contra los primeros seguidores de Jesús de Nazaret. Lucas escribe que precisamente "aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén". La primera persecución se desata precisamente en la ciudad "natal" de la comunidad cristiana, como para indicar un recorrido necesario para todos los discípulos de Jesús. Lucas subraya que algunos pudieron permanecer en Jerusalén, mientras que muchos otros tuvieron que huir y se dirigieron hacia Antioquía donde comenzaron a predicar el Evangelio de Jesús. Hay que recalcar que nada puede detener la predicación cristiana, ni siquiera la persecución; y no solo. Esta se convirtió en la ocasión para aumentar la replicación evangélica. Hay que decir que la dimensión misionera es inherente a la espiritualidad cristiana: el discípulo, precisamente por serlo, se convierte también en apóstol. Al contrario, la cualidad del discipulado, por tanto una consecuencia radical, lleva a un apostolado verdaderamente eficaz. Al comienzo de este nuevo milenio es urgente por tanto descubrir la dimensión "martirial" del cristianismo, es decir un discipulado del Evangelio "literalmente", diría Francisco de Asís y repite el Papa Francisco, que implica una tensión misionera para llevarlo hasta los confines de la tierra. En efecto, el martirio no es sino dar testimonio del amor de Jesús hasta el fin, incluso a costa de la sangre. En tal sentido el amor cristiano lleva a "dar la propia vida" por el Evangelio y por los hermanos sobre todo los más pobres. De esto da testimonio también Felipe, otro de los siete diáconos. Él – pero es el ejemplo de muchos otros discípulos de aquella primera Iglesia cuyo nombre no conocemos – extendió la predicación hasta la región de Samaria y nuevos prodigios tenían lugar entre el pueblo. La Palabra de Dios crecía en el corazón de muchos y otro tanto crecía la comunidad; y era una fiesta para toda la ciudad. Es lo que se pide también a la Iglesia de este tiempo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.