ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 19 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 11,19-26

Los que se habían dispersado cuando la tribulación originada a la muerte de Esteban, llegaron en su recorrido hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la Palabra a nadie más que a los judíos. Pero había entre ellos algunos chipriotas y cirenenses que, venidos a Antioquía, hablaban también a los griegos y les anunciaban la Buena Nueva del Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor. La noticia de esto llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén y enviaron a Bernabé a Antioquía. Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor, porque era un hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe. Y una considerable multitud se agregó al Señor. Partió para Tarso en busca de Saulo, y en cuanto le encontró, le llevó a Antioquía. Estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron a una gran muchedumbre. En Antioquía fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de «cristianos».

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras haber superado la frontera de la etnia, se abría ahora la del mundo entero que en aquella época era el territorio del gran imperio romano. La primera etapa de la comunidad cristiana está en Antioquía, la tercera capital, después de Roma y Alejandría, una ciudad cosmopolita y universalmente conocida no solo por su importancia comercial sino también por la importancia cultural y religiosa. La primera historia cristiana aparece claramente como la historia de la predicación del Evangelio en las ciudades, a partir de las más importantes. Ha sido una especie de estrategia pastoral la que ha conducido la vida de la comunidad cristiana. Obviamente dicha estrategia no nacía solo de un cálculo humano, sino de aquella tensión de comunicar el Evangelio del amor y de la libertad en el corazón mismo de la historia de los hombres. El cristianismo, desde el comienzo, tiene una dimensión universal que tiende al cambio en profundidad de la vida de los hombres. Si el motivo inmediato de la primera misión cristiana parece nacer una vez más de la persecución, en verdad la verdadera energía espiritual que mueve a los discípulos de Jesús es la ampliación hasta los confines extremos de la tierra de la predicación evangélica. Por esto, al entrar en Antioquía, la predicación fue dirigida no solo a los judíos sino también a los paganos que formaban parte de la ciudad; y en la ciudad era necesario plantar el fermento evangélico. En efecto, la comunidad tuvo inmediatamente un desarrollo extraordinario, tanto que desde Jerusalén fue enviado Bernabé, originario de Chipre, para ayudar a aquella comunidad a organizarse. Precisamente en Antioquía, estamos alrededor de los años 38-40, los discípulos de Jesús fueron llamados "cristianos" por primera vez, probablemente porque el notable flujo de paganos distinguía claramente a este nuevo grupo de la comunidad judía. Hasta entonces a quienes se adherían a la fe en Jesús eran llamados con diversos nombres, "hermanos" o "creyentes". Ahora recibían este nombre que especificaba más claramente de quién eran discípulos. Lucas traza en pocas líneas el nacimiento, dentro de una gran ciudad del imperio, de una experiencia tan nueva que tuvo que ser definida con un nuevo nombre, precisamente el de "cristianos". La novedad no venía dada por la adhesión a un proyecto ni a una ideología sino por el seguimiento de Jesús, el Cristo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.