ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 22 de abril


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 13,26-33

«Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros temen a Dios: a vosotros ha sido enviada esta Palabra de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes cumplieron, sin saberlo, las Escrituras de los profetas que se leen cada sábado; y sin hallar en él ningún motivo de muerte pidieron a Pilato que le hiciera morir. Y cuando hubieron cumplido todo lo que referente a él estaba escrito, le bajaron del madero, y le pusieron en el sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre los muertos. El se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo. «También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús, como está escrito en los salmos: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estamos aún en el interior de la sinagoga de Antioquía de Pisidia y Pablo prosigue su predicación. En esta segunda parte de la predicación Pablo se dirige a los presentes llamándoles "hermanos, hijos de la raza de Abrahán". Años después, en la Epístola a los Romanos, Pablo muestra con claridad la profunda convicción que le mueve con respecto a la paternidad de Abrahán y la fuerza de su fe. Por tanto, sobre la base de tal paternidad abramítica el apóstol se dirige a los oyentes judíos llamándoles "hermanos". En realidad hay una profundidad espiritual en llamar "hermanos" a los judíos: Pablo subraya la "fraternidad" de los judíos y cristianos con motivo de su descendencia común de Abrahán. Una dimensión que no solo no debe ser nunca olvidada, sino incluso debe ser profundizada. Es seguro que esto no simplifica las relaciones, pero sin duda es una invitación a descubrirlas en profundidad y confiarlas a la sabiduría espiritual de ambas partes. El apóstol habla con claridad de la culpa de los jefes del pueblo y de los habitantes de Jerusalén por no haber reconocido a Jesús y por haberle dado muerte. Sin embargo subraya también, como en una reflexión misteriosa, que esta muerte cumple las profecías. Hay un misterio que contemplar aunque sea difícil de desentrañar.
Es el misterio de la relación misma entre judíos y cristianos. Pablo, en cualquier caso, prosigue su discurso afirmando el corazón de la predicación cristiana, es decir, la resurrección de Jesús como el culmen de la historia de la salvación. Este es el misterio que se anuncia.. Pablo afirma de modo sintético: "También nosotros os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús" (v.32). Habla en plural para subrayar el testimonio de los apóstoles y de muchos otros discípulos a quienes Jesús se apareció después de la resurrección y, como invitando a sus oyentes a leer en profundidad los pasajes de la Sagrada Escritura familiares para ellos, cita el salmo 2,7: "Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado". Ya Pedro lo había citado en su discurso en Pentecostés. La resurrección se convierte en el impulso definitivo de la majestad de Jesús en el Reino de Dios.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.