ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 11 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 20,28-38

«Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo. «Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos crueles que no perdonarán al rebaño; y también que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí. Por tanto, vigilad y acordaos que durante tres años no he cesado de amonestaros día y noche con lágrimas a cada uno de vosotros. «Ahora os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con todos los santificados. «Yo de nadie codicié plata, oro o vestidos. Vosotros sabéis que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros. En todo os he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir.» Dicho esto se puso de rodillas y oro con todos ellos. Rompieron entonces todos a llorar y arrojándose al cuello de Pablo, le besaban, afligidos sobre todo por lo que había dicho: que ya no volverían a ver su rostro. Y fueron acompañándole hasta la nave.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo exhorta ahora a los ancianos de Éfeso a velar por ellos mismos, como hizo él, sin ahorrarse en nada. Les recuerda: "no he cesado de amonestaros día y noche con lágrimas a cada uno de vosotros" (v. 31). Son palabras apasionadas que muestran un amor extraordinario. Sabe que la vida cristiana, incluida la de los pastores, no es simplemente el fruto de la buena voluntad de los individuos. Es el Señor quien dona la fuerza y la sabiduría para cumplir con la vida cristiana. Por esto les dice: "Os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia". Es raro que el apóstol no confíe la Palabra a los ministros, sino a los ministros a la Palabra. Encomendarles a la Palabra significa que a ellos se les llama a poner su fe y su esperanza en la Palabra de Dios y no en ellos mismos. La Palabra, aun antes de ser encomendada a nosotros para que la comuniquemos, nos custodia, nos protege, nos bendice, como sucede durante la celebración litúrgica al finalizar la proclamación del Evangelio. Los discípulos de Jesús podrán llevar la Palabra a los demás solo si antes son ellos mismos sostenidos por la Palabra. Sin el Evangelio la Iglesia no es nada; y nosotros sin el Evangelio no tenemos nada que decir a nadie. Podríamos parafrasear la frase de Jesús: "Separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Después Pablo se dispone a cerrar su discurso recordando su relación personal con los pobres: les ayudaba con el trabajo de sus manos. Él no solo no ha deseado para sí riqueza alguna sino que se ha sostenido con el trabajo de sus propias manos. Pero reafirma que es un deber primario del cristiano "socorrer" a los "débiles". Es la primera vez que en el Nuevo Testamento se usa el término "débil" (asténos, es decir, sin fuerza, sin vigor) para referirse genéricamente a los pobres. Podríamos decir que aquí Lucas en cierto modo sintetiza toda su doctrina sobre la misericordia. El verbo "socorrer" significa "cuidar", sentirse responsables personalmente de los más débiles; y aquí Lucas trae un "dicho" espléndido de Jesús con el que Pablo resume la vida del creyente: "Mayor felicidad hay en dar que en recibir". Con el término griego makàrion (feliz) Pablo lega este dicho a las Bienaventuranzas evangélicas. La traducción literal es: "Dichoso quien da, no quien recibe". Podemos así unir esta frase a la otra frase evangélica: "Dad y se os dará" (Lc 6,38). De hecho, la Didaché recoge esta enseñanza cuando escribe: "Da a todo el que te pida sin pretender que te lo devuelvan. En efecto, el Padre quiere que sus dones sean dados a todos. Dichoso el que da según el precepto, porque este es irreprochable".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.