ORACIÓN CADA DÍA

Domingo de Pentecostés
Palabra de dios todos los dias

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Libretto DEL GIORNO
Domingo de Pentecostés
Domingo 15 de mayo

Domingo de Pentecostés


Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien no renace del agua y del Espíritu
no puede entrar en el reino de Dios.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 14,15-16.23-26

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre
y os dará otro Paráclito,
para que esté con vosotros para siempre, Jesús le respondió: «Si alguno me ama,
guardará mi Palabra,
y mi Padre le amará,
y vendremos a él,
y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras.
Y la palabra que escucháis no es mía,
sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas
estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo,
que el Padre enviará en mi nombre,
os lo enseñará todo
y os recordará todo lo que yo os he dicho.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre mí,
me ha mandado llevar el anuncio gozoso a los pobres.

Aleluya, aleluya, aleluya.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.