ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 21 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 5,13-20

¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. ¿Está alguno alegre? Que cante salmos. ¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder. Elías era un hombre de igual condición que nosotros; oró insistentemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Después oró de nuevo y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto. Si alguno de vosotros, hermanos míos, se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta parte conclusiva de la epístola, Santiago exhorta a los cristianos a no esconderse detrás de palabras religiosas enfáticas y altisonantes (ese es el sentido del juramento), sino a poner en práctica fielmente la palabra evangélica. El cristiano es discípulo de un Maestro que, como escribe Pablo a Timoteo, "ante Poncio Pilato rindió un hermoso testimonio" (1 Tm 6,13). Y Cirilo de Alejandría comenta: "Que el testimonio de nuestra vida sea más fuerte que un juramento". Santiago recuerda que no hay que abatirse en los momentos de enfermedad, cuando tocamos con la mano nuestra debilidad. La enfermedad no debe ser motivo de desesperación sino invitación a la oración, personal y común, para que el Señor nos conforte con su apoyo y, en su misericordia, nos conceda también la curación. Si la enfermedad divide, aleja, separa incluso físicamente de los hermanos, la oración une y da sentido a toda la presencia de Jesús médico bueno que quiere la curación y la salvación de los hombres. La exhortación de Santiago es si cabe más oportuna en este tiempo nuestro: despierta en nosotros y en la comunidad cristiana la urgencia de la oración para la curación, que a menudo queda en el olvido en una sociedad distraída e incrédula. La oración, hay que hacerla con fe, con un corazón arrepentido ("confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados…") y con insistencia, como hizo el profeta Elías, a quien el Señor escuchó. Santiago recuerda a los creyentes la fuerza de la oración, sabiendo que nada es imposible a Dios. Es significativo el comentario de Soloviev que recuerda la Epístola de Santiago: "La fe sin las obras está muerta; la oración es la primera obra de la fe". La epístola, como si quisiera retomar su inicio, termina recordando el valor de volver a llevar al Señor a aquellos que se han desviado. El amor fraterno hace que los discípulos sean responsables unos de otros, y en este camino los discípulos encuentran su salvación.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.