ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 1,3-9

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvación, dispuesta ya a ser revelada en el último momento. Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La epístola empieza con el nombre que el apóstol había recibido de Jesús: Pedro. Ser "piedra" era un atributo normalmente reservado a Dios, pero Jesús lo da también a un hombre pobre y débil como Simón después de su confesión de fe. Y Pedro, al que Jesús dio la tarea de apacentar sus ovejas, se dirige desde Roma con esta epístola a los cristianos de las comunidades diseminadas por el territorio de la actual Turquía para sostenerles en la fe mientras debían soportar la persecución. Es una manera de manifestar aquel amor universal que caracteriza a los discípulos de Jesús empezando por el "primero" de los apóstoles. Pedro llama a los cristianos "elegidos" por Dios y, tal vez por eso mismo, "en la Dispersión", es decir, "extranjeros" en este mundo. Por eso han sido llamados a tomar parte de la nueva comunidad de creyentes nacida de la resurrección de Jesús, regenerados: "a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible". El apóstol bendice a Dios por el gran don que hizo a los discípulos, es decir, porque les aseguró una esperanza que va más allá de la muerte y llega hasta la vida misma de Dios. La esperanza cristiana dice Pedro no es una promesa vacía o aleatoria. Es un don que recibimos hoy mismo aunque se hará realidad en el futuro. Es la semilla de la resurrección depositada en el corazón de los creyentes que, precisamente por la resurrección, se convierten en primicia de la redención. Estos, ya ahora, mantienen la esperanza incluso por aquellos que están desesperados, y toman parte en sus tribulaciones para liberar de las esclavitudes del pecado al mayor número posible de personas. El apóstol exhorta a los creyentes a tener frente a sus ojos la meta final, en la certeza de que el Señor les custodia de los ataques del mal hasta la manifestación plena del Reino. El apóstol invita a los cristianos, que sufren la oposición del mundo, a no desanimarse sino a exultar: "Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas". Las pruebas que la vida comporta son para la purificación de la vida de los discípulos, del mismo modo que el fuego purifica el oro librándolo de la escoria. Ya el libro de la Sabiduría escribía: "La vida de los justos está en manos de Dios… Los puso a prueba y los halló dignos de sí; Los probó como oro en crisol" (3,1-7). Esa purificación tiene por objetivo lograr que los discípulos sean similares a Jesús. Por eso deben dirigir su mirada hacia él. El apóstol les escribe: " A Dios le "amáis sin haberle visto"; pero los ojos del corazón permiten ver el rostro de Jesús. Pedro, mientras escribía, tal vez quería que los cristianos pudieran vivir la experiencia que él mismo tuvo cuando sus ojos se cruzaron con los del Maestro la noche de la traición, o cuando a orillas del mar de Galilea fue interrogado sobre el amor: "Simón de Juan, ¿me amas más que estos?", y él contestó: "Señor, tú sabes que te quiero" (Jn 21,15-17). Tener la mirada fija hacia el rostro de Jesús es fuente de "alegría inefable" y ayuda a obtener la "salvación de las almas". El apóstol se refiere a la salvación de toda la comunidad cristiana, de la que todo discípulo debe ocuparse. Sí, la salvación de la comunidad debe ser la primera preocupación de todo creyente, como lo era para los antiguos profetas, que por eso estudiaban y meditaban "día y noche" (Sal 1,2) las Santas Escrituras. Aquel mismo Espíritu que guiaba a los profetas sigue actuando hoy: los creyentes cada vez que acogen en el corazón el Evangelio son guiados por el espíritu a comprender aquel misterio de salvación que es guardado en lugar secreto y que el Padre reveló a los hijos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.