ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (aprox. +605), obispo, padre de la Iglesia inglesa. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 27 de mayo

Recuerdo de san Agustín de Canterbury (aprox. +605), obispo, padre de la Iglesia inglesa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 4,7-13

El fin de todas las cosas está cercano. Sed, pues, sensatos y sobrios para daros a la oración. Ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados. Sed hospitalarios unos con otros sin murmurar. Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio, hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Queridos, no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"El fin de todas las cosas está cercano", escribe Pedro en su epístola. Y con esas palabras no se refiere a una desgracia que hay que soportar, sino a un gran acontecimiento hacia el que hay que ir sin demora con temor y también con alegría. Debemos estar vigilantes si queremos recibir ese momento como un tiempo oportuno. El fin de todas las cosas no debe aplazarse a un momento distante de nuestra vida. En realidad, el tema del "fin del mundo" debe ser interpretado en relación al final de nuestros días. Es más, podríamos decir que para nosotros cada día es el momento final, el día que ya no vuelve y por tanto, de algún modo, el día decisivo y definitivo. Los cristianos deberíamos vivir cada día como si fuera el último, entre otras cosas porque no sabemos cuándo llegará la muerte. La vigilancia, pues, no debe ser algo de un momento, sino para siempre, cada día. Pero estar vigilante no se hace de manera abstracta, o retirándose quién sabe dónde. Estar vigilante se hace perseverando en la oración y viviendo con amor. El apóstol añade, para consuelo nuestro, que el amor cubre un gran número de pecado: quien ama a los hermanos y a las hermanas, quien sirve a los pobres y a los débiles, quien se preocupa por los demás, prepara también su salvación. Y esa es una idea que se encuentra en toda la tradición espiritual de la Iglesia. Además, el mismo Jesús la explicita cuando afirma que la salvación depende del amor hacia los pobres, como explica en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo. A todos se nos llama a administrar nuestra vida gastándola por los demás. Pedro, entre los distintos modos de servir a la comunidad, menciona dos que ya encontramos en los Hechos de los Apóstoles: el servicio de la Palabra de Dios y el de las mesas. Es una invitación a redescubrir la centralidad de la oración y de la caridad: las dos vías por las que avanza la salvación. Pedro, por segunda vez, como si quisiera mostrar su afecto por aquellos cristianos que sufrían la dureza de la persecución, los llama una vez más "queridos". Tal vez la violencia que se cierne sobre ellos y que el apóstol compara a un incendio es especialmente fuerte. Les exhorta a no sorprenderse: es normal que en la vida del discípulo no falte el sufrimiento provocado por la oposición al Evangelio. Es más, añade que deben incluso alegrarse porque de ese modo participan en los sufrimientos mismos de Jesús. Es el camino que los discípulos deben recorrer para obtener su misma gloria con la resurrección. Efectivamente, a los ojos de Dios ningún dolor es intranscendente y ningún sacrificio es vano. Existe un ministerio del sufrimiento que manifiesta la verdad salvífica de la cruz: la salvación empieza por la cruz. Los discípulos de Jesús están llamados a "participar en los sufrimientos de Cristo" cooperando con él para la salvación del mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.