ORACIÓN CADA DÍA

Palabra de dios todos los dias

Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo Leer más

Libretto DEL GIORNO
Domingo 29 de mayo

Homilía

Con la narración de la última cena que Pablo hace a los corintios, la liturgia de este domingo nos repropone aquellas palabras tan fuertes y concretas: "Este es mi cuerpo", "Esta es mi sangre". Realmente es el misterio de la fe, como decimos en la liturgia eucarística inmediatamente después de la consagración. Y es un misterio grande. No tanto en el sentido de que no se entiende, porque aquí, más que de una realidad misteriosa en el campo del conocimiento intelectual, se trata de un increíble signo de amor del Señor. Es el misterio de una continua y particularísima presencia. Jesús, en la eucaristía, no está sólo presente realmente (que ya es algo grande), sino que está presente como cuerpo "partido" y como sangre "derramada". En ese sentido, la fiesta del Corpus Christi es la fiesta de un cuerpo que puede mostrar las heridas; la fiesta de un cuerpo de cuyo costado sale "sangre y agua" como indica el apóstol Juan. En la tradición de esta fiesta, que en algunas zonas todavía sigue viva, la Eucaristía atraviesa las calles de las ciudades y pueblos, que a menudo están cubiertas con flores para que pase el Señor. Es justo hacer fiesta. De hecho necesitamos que por nuestras calles continúe pasando uno que no ha venido para ser servido sino para servir, hasta dar su vida por nosotros. Pero, cuidado, el Señor puede venir sólo bajo el semblante de un extranjero (como pasó con aquellos dos discípulos de Emaús), es decir, alguien que no es de los nuestros, que no forma parte de nuestro círculo. Viene de fuera. Su propio cuerpo está presente entre nosotros de manera distinta a la nuestra: nosotros estamos atentos y preocupados por nuestro cuerpo, pero él está presente con un cuerpo "partido". Nosotros solemos defendernos con todo tipo de atención y consideración, pero él pasa entre nosotros derramando toda su sangre. Aquella hostia es una contestación continua (en ese sentido es "extranjera") a nuestra manera de vivir, a las atenciones que tenemos para estar bien, a nuestro intento de evitar el cansancio, a nuestro empeño por rehuir toda responsabilidad. En definitiva, cuando se trata de gastarse para los demás, todos intentamos echarnos atrás. El Señor, en aquella Hostia, nos muestra una concepción exactamente opuesta. ¡Bienvenida sea, pues, la procesión del Corpus Christi! Que atraviese nuestras calles; no simplemente para recibir un tributo festivo externo, sino más bien para que pueda atravesar nuestros corazones y hacerlos más similares al corazón de Jesús. El Señor se ha hecho alimento para los hombres, para que todos nosotros nos transformáramos en un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo; para que tuviéramos los mismos sentimientos de Cristo. Cabe hacer una consideración más, una consideración referente al Evangelio de la multiplicación de los panes. Nuestras calles hoy son atravesadas por procesiones del Corpus Christi, aunque no se adorne su recorrido y no se tiren flores a su paso (más bien hay algunos que esparcen indiferencia, cuando no insultos). Se trata de las procesiones de los pobres, de los de nuestra ciudad, de los que llegan de fuera y de los muchísimos que están lejos de nosotros. Todos ellos son el "cuerpo de Cristo", y siguen recorriendo las calles de nuestras ciudades y del mundo sin que nadie se ocupe de ellos. Me parece fundamental la admonición de Juan Crisóstomo: "Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo desdeñéis cuando está desnudo. No honréis al Cristo eucarístico con paramentos de seda, mientras fuera del templo descuidáis a este otro Cristo afligido por el frío y por la desnudez". Ambos son el cuerpo real de Cristo. Y Cristo no está dividido, si es que no lo dividimos nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.