ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 1 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Timoteo 1,1-3.6-12

Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios para anunciar la Promesa de vida que está en Cristo Jesús, a Timoteo, hijo querido. Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro. Doy gracias a Dios, a quien, como mis antepasados, rindo culto con una conciencia pura, cuando continuamente, noche y día, me acuerdo de ti en mis oraciones. Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos dio el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad y de templanza. No te avergüences, pues, ni del testimonio que has de dar de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino, al contrario, soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios, que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús, y que se ha manifestado ahora con la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio para cuyo servicio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro. Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo empieza su segunda Epístola a Timoteo hablando de la autoridad de «apóstol» de Jesucristo que ha recibido por «voluntad de Dios». De ese modo quiere subrayar tanto a Timoteo como a toda la comunidad a la que está destinada la carta que detrás de él está el mismo Jesús. De Él, efectivamente, ha recibido la misión de anunciar la «promesa de vida» de Dios para todos los hombres. A su saludo le sigue inmediatamente el agradecimiento a Dios, al que reconoce presente en su historia personal. La Epístola, que es casi un testamento espiritual de Pablo, está llena de su cariño por Timoteo y de su pasión pastoral por la comunidad que se le ha confiado. El ministerio pastoral de Timoteo no es fácil, entre otros motivos, por su juventud. Sin embargo, Pablo le recuerda «el carisma de Dios» que recibió con la imposición de las manos (cfr. 1 Tm 4,14). Al mismo tiempo, le pide que le reconforte con la oración, la fidelidad y la entrega, de manera que irradie luz cada vez más clara y sea cada vez más una fuente de fuerza para su ministerio. Pablo compara el don recibido con un fuego; una comparación que ya había utilizado en la primera Epístola a los Tesalonicenses, cuando comparó el fuego del Espíritu de Dios con sus dones (1 Ts 5,19). Dios –le escribe el apóstol– le ha concedido el Espíritu «de fortaleza, de caridad y de templanza», para poder ser un pastor sabio y fuerte. Un pastor que se sostiene gracias a la fuerza del Señor. Encontrará el vigor de no avergonzarse «del testimonio que has de dar de nuestro Señor», es decir, de predicar el Evangelio de Jesús. Y si no se avergüenza del Señor, tampoco se avergonzará del apóstol que es «prisionero del Señor», que ha convertido la predicación en el objetivo de su vida. Eso debe cumplirse en todo discípulo, tal como dijo el mismo Jesús: «Todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos» (Mt 10,32). Pero el testimonio por el Evangelio lleva siempre consigo el sufrimiento. El apóstol le advierte que debe «soportar con él los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios». Y sabe que «estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente» (4,6). Pablo exige a Timoteo esta misma total dedicación al Señor en el servicio del Evangelio. Con pocas frases esboza la obra de la redención de la que ha «sido constituido heraldo, apóstol y maestro» (cfr. 1 Tm 2,7). La cárcel limita el desarrollo de esta tarea que se le ha encomendado, pero no la anula, pues «la palabra de Dios no está encadenada» (2,9). Él está en la cárcel como un malhechor (2,9), pero «no se avergüenza» de sus cadenas; al contrario, las lleva con orgullo. Su seguridad y su paz están en Dios, sobre el que ha depositado su confianza. Por eso no quedará decepcionado. Aunque está llegando al fin de sus días y su vida puede truncarse de un momento a otro, Pablo tiene la certeza y la firme convicción de que el depósito que se le ha confiado (cfr. 1,14; 1 Tm 6 20) está bien custodiado en las manos todopoderosas de Dios «hasta aquel Día», es decir, hasta el fin del tiempo presente y el retorno del Señor (1,18; 2 Ts 1,10). El Evangelio que Timoteo ha oído de Pablo debe ser modelo de la «sana doctrina». Pablo llama «sana doctrina» a la predicación cristiana, pues esta es expresión plena de la vida espiritual, es inmune a todo germen de error, y provoca una vida íntegra y sana. Así, Timoteo y todo creyente «guarda el buen depósito», es decir, el Evangelio de Jesucristo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.