ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 4 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Timoteo 4,1-8

Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio. Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mientras la Epístola se acerca a su conclusión Pablo parece insistir más en sus recomendaciones a Timoteo. Está preocupado por la suerte de la comunidad y quiere que su discípulo esté a la altura para guiarla. No tiene miedo de poner ante sus ojos la gravedad de su responsabilidad, hasta el punto que empieza las recomendaciones con un solemne conjuro (cfr. 1 Tm 5,21) poniéndolo delante de Dios y de Cristo Jesús, Juez supremo. El apóstol le recuerda a Timoteo la eterna sentencia de Jesucristo, que juzgará a «vivos y muertos», y también le recuerda su tarea como pastor de la comunidad. La primera obra que le encomienda es el anuncio de la «palabra». «Ninguna consideración humana» debe condicionar la predicación del Evangelio. No importa si es bien recibida o no por los hombres; tampoco importa si el tiempo, la manera y las circunstancias de la predicación gozan o no del favor de los hombres. El mismo Pablo dice de sí mismo: «¡Ay de mí si no predico el Evangelio!» (1 Co 9,16). Efectivamente, al predicador le corresponde hacer llegar el Evangelio al corazón de la gente; por eso debe mostrar un comportamiento lleno de benevolencia y no de dureza. Necesita aquella caridad de la que Pablo dice: «es paciente, no es envidiosa, no se engríe, es decorosa, no toma en cuenta el mal, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Co 13,4-7). Hoy es necesario comunicar el Evangelio porque se acercan «momentos difíciles» (3, 1) de divisiones y desconcierto. Y Timoteo debe mostrar sobriedad y presentar el mensaje evangélico con prudencia y claridad, pero también con firmeza. La predicación de la Palabra de Dios comporta sufrimientos y humillaciones, como la misma vida de Pablo lo demuestra. Pablo le escribe mientras tiene ante sus ojos la muerte; sabe que se acerca el momento en el que su sangre será derramada como ofrenda sacrificial a Dios en el martirio. Su muerte es un «retorno» al Señor. Se vuelve atrás y observa su vida. Ha sido una «competición», pero ha custodiado y mantenido la fe en Cristo. Ha sido «servidor de Cristo y administrador de los misterios de Dios» (1 Co 4,1) y ha mantenido aquella fidelidad que «se exige de los administradores» (1 Co 4,2). Por eso puede esperar con segura esperanza «la corona de la justicia», como un corredor que alcanza victorioso la meta. «Aquel Día» el Señor le concederá la corona de la victoria como premio por una vida vivida para el servicio de Dios y de su Iglesia. Sabe que la corona de la victoria no la recibirá solo, sino junto a los discípulos «que hayan esperado con amor su Manifestación». Una vez más Pablo vincula la vida del discípulo a la de la comunidad, afirmando que la corona que recibiremos empieza en la tierra con la corona de los hermanos y las hermanas de la familia de Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.