ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 7 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Reyes 17,7-16

Al cabo de los días se secó el torrente, porque no había lluvia en el país. Le fue dirigida la palabra de Yahveh a Elías diciendo: Levántate y vete a Sarepta de Sidón y quédate allí, pues he ordenado a una mujer viuda de allí que te dé de comer. Se levantó y se fue a Sarepta. Cuando entraba por la puerta de la ciudad había allí una mujer viuda que recogía leña. La llamó Elías y dijo: "Tráeme, por favor, un poco de agua para mí en tu jarro para que pueda beber." Cuando ella iba a traérsela, le gritó: "Tráeme, por favor, un bocado de pan en tu mano." Ella dijo: "Vive Yahveh tu Dios, no tengo nada de pan cocido: sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la orza. Estoy recogiendo dos palos, entraré y lo prepararé para mí y para mi hijo, lo comeremos y moriremos." Pero Elías le dijo: "No temas. Entra y haz como has dicho, pero primero haz una torta pequeña para mí y tráemela, y luego la harás para ti y para tu hijo. Porque así habla Yahveh, Dios de Israel: No se acabará la harina en la tinaja,
no se agotará el aceite en la orza
hasta el día en que Yahveh conceda
la lluvia sobre la haz de la tierra. Ella se fue e hizo según la palabra de Elías, y comieron ella, él y su hijo. No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que Yahveh había dicho por boca de Elías.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cuando el torrente del que Elías bebía se secó, el Señor le dijo: "Prepárate, ve a Sarepta de Sidón y establécete allí, pues he ordenado a una viuda de allí que te suministre alimento" (v. 9). En Sarepta, un territorio perteneciente a Baal que todos conocían, había agua pero no alimento. Elías obedeció la Palabra que Dios le había ordenado y fue a Sarepta. En la puerta de la ciudad encontró a la viuda y le pidió ayuda. Tal vez Elías dudaba de que una pobre mujer pudiera ayudarle, pues primero solo le pidió de beber, pero mientras iba a buscar el agua, le pidió también un trozo de pan. La viuda le contesta manifestándole toda su pobreza, haciendo así aún más incomprensible la palabra del Señor: "No me queda pan cocido. Solo tengo un puñado de harina... y un poco de aceite en la aceitera". Prácticamente nada. Y añade: "Estoy recogiendo un par de palos, entraré y prepararé el pan para mí y mi hijo, lo comeremos y luego moriremos". Ante dicha situación habría sido razonable que el profeta se marchara: ¿cómo podía quitarles de la boca a una pobre viuda y a su hijo el único pan que tenían? Pero Elías cree en la Palabra de Dios, sabe que el Señor no lo abandona y no duda porque sabe que, según una consolidada tradición de Israel, Dios protege siempre al huérfano y a la viuda. Por eso sobre todo la consuela: "No temas. Entra y haz como has dicho". Sí, "no temas", "no tengas miedo". El Señor nos repite también a nosotros estas palabras cuando dejamos que la resignación ante una calamidad, una tragedia o situaciones que parecen escapar de nuestro control nos abrumen. Sin duda alguna, era normal que aquella viuda se resignara ante un destino que parecía inevitable. ¿Qué podía hacer, ella que era tan pobre? No se echó atrás y fue recompensada. Superamos la resignación cuando empezamos a pensar en los demás antes que en nosotros, como hizo, precisamente, aquella viuda. El profeta la anima a preparar una torta para él, antes que para ella misma y su hijo: "Entra y haz como has dicho, pero primero haz con él (el pan) para mí una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después". Se unen la fe de Elías y la fe de aquella pobre viuda. De la fe nace el milagro. Ambos confían: Elías confía en la palabra de Dios y la viuda confía en la palabra del profeta. Es el milagro que se hace realidad cada vez que la palabra de Dios es predicada y acogida. En esta imagen podríamos ver la historia de la predicación cristiana: a través de ella se han cumplido y siguen cumpliéndose los milagros de la multiplicación del amor y de la fraternidad. Si la resignación provoca la carestía, la fe suscita milagros. Aquella pobre viuda y Elías nos enseñan que escuchando la palabra de Dios nuestro corazón se convierte en fuente de un amor ilimitado en el tiempo y en el espacio. Concluye el texto: "Por mucho tiempo la orza de harina no quedó vacía y la aceitera de aceite no se agotó, según la palabra que Yahvé había pronunciado por boca de Elías"

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.