ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 16 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sirácida 48,1-14

Después surgió el profeta Elías como fuego,
su palabra abrasaba como antorcha. El atrajo sobre ellos el hambre,
y con su celo los diezmó. Por la palabra del Señor cerró los cielos,
e hizo también caer fuego tres veces. ¡Qué glorioso fuiste, Elías, en tus portentos!
¿quién puede jactarse de ser igual que tú? Tú que despertaste a un cadáver de la muerte
y del seol, por la palabra del Altísimo; que hiciste caer a reyes en la ruina,
y a hombres insignes fuera de su lecho; oíste en el Sinaí la reprensión,
y en el Horeb los decretos de castigo; ungiste reyes para tomar venganza,
y profetas para ser tus sucesores; en torbellino de fuego fuiste arrebatado
en carro de caballos ígneos; fuiste designado en los reproches futuros,
para calmar la ira antes que estallara,
para hacer volver el corazón de los padres a los
hijos,

y restablecer las tribus de Jacob. Felices aquellos que te vieron
y que se durmieron en el amor,
que nosotros también viviremos sin duda. Cuando Elías en el torbellino quedó envuelto,
Eliseo se llenó de su espíritu.
En sus días no fue zarandeado por príncipe,
y no pudo dominarle nadie. Nada era imposible para él,
hasta en el sueño de la muerte profetizó su cuerpo. Durante su vida hizo prodigios,
y después de su muerte fueron admirables sus obras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Palabra de Dios de la Liturgia de hoy nos presenta a la figura de Elías, tanto en la primera lectura extraída del libro del Eclesiástico, como en el Evangelio de Mateo (17,10-13) donde el mismo Jesús, bajando del monte tras la Transfiguración, habla precisamente del profeta Elías. La tradición del Templo afirmaba que antes del Mesías vendría Elías. Jesús, en realidad, confirma que ya ha venido. Pero hablaba de Juan el Bautista. El Eclesiástico presenta a Elías con palabras fuertes: "Surgió el profeta Elías como un fuego, su palabra quemaba como antorcha". El pueblo del Señor había caído en la dureza del corazón y en la obstinación de comportamientos violentos y pecaminosos. Es fácil no escuchar la Palabra de Dios, aunque sea proclamada con abundancia en nuestra vida. Mientras el Señor nos hace participar en su sueño de paz para el mundo, casi previendo con su palabra el discurrir de la historia, el orgullo nos ciega ante las obras de Dios y nos impide degustar el asombro que provocan y gozarlas con agradecimiento. Pero a pesar de todo, la Palabra del Señor viene a nuestro encuentro y nos sorprende con la novedad de su anuncio, venciendo la costumbre de escuchar de manera distraída: "Desde ahora te cuento novedades, secretos que no conocías; cosas creadas ahora, no antes, que hasta ahora no habías oído. Así no dirás: «Ya las sabía»". Si creemos que ya conocemos la palabra de los profetas, si ya no nos sorprende, si no llega a lo más hondo de nuestro corazón, es porque estamos demasiado seguros de que ya la escuchamos y la vivimos. En realidad, lo más natural para nosotros es escucharnos a nosotros y a nuestras costumbres. Pero el Señor viene a nosotros y hace que surjan profetas para que sacudan nuestro corazón. Elías es la nueva profecía que el Señor hace resonar en nuestros oídos en este tiempo que necesita grandes cambios. La predicación que recibimos en este tiempo, y no solo del papa Francisco, que es realmente como Elías, es un fuego que continúa bajando "tres veces" al corazón de los hombres. Son muchos, los prodigios a los que asistimos. ¿No existe un fuego que estalla y que "reconcilia a los padres con los hijos"? Es el fuego de la predicación que quiere que entremos todos en la profecía de Elías para que se cure toda herida y se recomponga la fraternidad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.