ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 22 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 22,8-13; 23,1-3

El sumo sacerdote Jilquías dijo al secretario Safán: "He hallado en la Casa de Yahveh el libro de la Ley." Jilquías entregó el libro a Safán, que lo leyó. Fue el secretario Safán al rey y le rindió cuentas diciendo: "Tus siervos han fundido el dinero en la Casa y lo han puesto en manos de los que hacen las obras, los encargados de la Casa de Yahveh." Después el secretario Safán anunció al rey: "El sacerdote Jilquías me ha entregado un libro." Y Safán lo leyó en presencia del rey. Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley rasgó sus vestiduras. Y ordenó el rey al sacerdote Jilquías, a Ajicam, hijo de Safán, a Akbor, hijo de Miqueas, al secretario Safán y a Asaías, ministro del rey: Id a consultar a Yahveh por mí y por el pueblo y por todo Judá acerca de las palabras de este libro que se ha encontrado, porque es grande la cólera de Yahveh que se ha encendido contra nosotros porque nuestros padres no escucharon las palabras de este libro haciendo lo que está escrito en él. El rey hizo convocar a su lado a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén, y subió el rey a la Casa de Yahveh con todos los hombres de Judá y todos los habitantes de Jerusalén; los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo desde el menor al mayor; y leyó a sus oídos todas las palabras del libro de la alianza hallado en la Casa de Yahveh. El rey estaba de pie junto a la columna; hizo en presencia de Yahveh la alianza para andar tras de Yahveh y guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus preceptos con todo el corazón y toda el alma, y para poner en vigor las palabras de esta alianza escritas en este libro. Todo el pueblo confirmó la alianza.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hasta este momento el libro de los Reyes ha narrado una historia de derrotas. Ya han pasado casi cien años desde la caída de Samaría y ningún rey del sur ha estado a la altura de David. Solo con Josías llega finalmente un rey conforme a la ley mosaica: "No hubo antes rey alguno que como él se volviera al Señor con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, conforme a la Doctrina de Moisés; tampoco ha surgido después ninguno como él" (23,25). Josías imita "en todo" el comportamiento de David, "su padre", ocupándose, ante todo, del Templo. Y justo mientras el rey y el secretario, junto a todos los demás, van a ocuparse del Templo se descubre el "rollo de la Doctrina". El texto da a entender muy claramente que toda la historia de Israel debe reconstruirse alrededor de aquel libro encontrado. Lo leen dos veces, primero por boca de Safán y luego delante del rey. El texto destaca que la comprensión del contenido del libro aumenta, como si quisiera subrayar que no basta leerlo una sola vez. El texto se comprende más al leerlo. Eso es lo que sucede cuando es leído ante el rey. El texto indica: "Cuando el rey oyó las palabras contenidas en el rollo de la Doctrina, rasgó sus vestiduras". Aquellas palabras iluminaron la mente de Josías y le hicieron comprender la historia de Israel. El rey comprendió que su lejanía de la alianza con Dios era el origen de su empobrecimiento y de sus derrotas. Y dijo: "ha debido de encenderse la ira de Yahvé contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron las palabras de este rollo; no hicieron lo que está escrito para nosotros". No es casualidad que el libro de Josué empiece con la siguiente advertencia: "no se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche" (Js 1,8). Josías comprendió que el futuro para él y para su pueblo solo sería distinto si se basaba en la alianza con el Señor, tal como pedía el "libro" encontrado. Así pues, convocó una asamblea del pueblo, "desde los más jóvenes a los más ancianos", alrededor de la Ley de Dios hallada. Ahora debía entrar en la mente y en el corazón de todo el pueblo. Y él mismo –así lo sugiere el texto– "leyó ante ellos el texto completo del rollo de la alianza". Al terminar la lectura, Josías concluyó nuevamente la alianza con el Señor y se comprometió a "seguir a Yahvé y guardar sus mandamientos, sus testimonios y sus preceptos con todo el corazón y toda el alma". El texto termina destacando que "todo el pueblo se comprometió a la alianza".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.