ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

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Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 30 de junio

Salmo responsorial

Salmo 43 (44)

Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos,
nos lo contaron nuestros padres,
la obra que tú hiciste en sus días,
en los días antiguos,

y con tu propia mano.
Para plantarlos a ellos, expulsaste naciones,
para ensancharlos, maltrataste pueblos;

no por su espada conquistaron la tierra,
ni su brazo les dio la victoria,
sino que fueron tu diestra y tu brazo,
y la luz de tu rostro, porque los amabas.

Tú sólo, oh Rey mío, Dios mío,
decidías las victorias de Jacob;

por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios,
por tu nombre pisábamos a nuestros agresores.

No estaba en mi arco mi confianza,
ni mi espada me hizo vencedor;

que tú nos salvabas de nuestros adversarios,
tú cubrías de vergüenza a nuestros enemigos;

en Dios todo el día nos gloriábamos,
celebrando tu nombre sin cesar. Pausa.

Y con todo, nos has rechazado y confundido,
no sales ya con nuestras tropas,

nos haces dar la espalda al adversario,
nuestros enemigos saquean a placer.

Como ovejas de matadero nos entregas,
y en medio de los pueblos nos has desperdigado;

vendes tu pueblo sin ventaja,
y nada sacas de su precio.

De nuestros vecinos nos haces la irrisión,
burla y escarnio de nuestros circundantes;

mote nos haces entre las naciones,
meneo de cabeza entre los pueblos.

Todo el día mi ignominia está ante mí,
la vergüenza cubre mi semblante,

bajo los gritos de insulto y de blasfemia,
ante la faz del odio y la venganza.

Nos llegó todo esto sin haberte olvidado,
sin haber traicionado tu alianza.

¡No habían vuelto atrás nuestros corazones,
ni habían dejado nuestros pasos tu sendero,

para que tú nos aplastaras en morada de chacales,
y nos cubrieras con la sombra de la muerte!

Si hubiésemos olvidado el nombre de nuestro Dios
o alzado nuestras manos hacia un dios extranjero,

¿no se habría dado cuenta Dios,
él, que del corazón conoce los secretos?

Pero por ti se nos mata cada día,
como ovejas de matadero se nos trata.

¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor?
¡Levántate, no rechaces para siempre!

¿Por qué ocultas tu rostro,
olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?

Pues nuestra alma está hundida en el polvo,
pegado a la tierra nuestro vientre.

¡Alzate, ven en nuestra ayuda,
rescátanos por tu amor!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.