ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 6 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Oseas 10,1-3.7-8.12

Vid frondosa era Israel
produciendo fruto a su aire:
cuanto más aumentaba su fruto,
más aumentaba los altares;
cuanto mejor era su tierra,
mejores hacía las estelas. Su corazón es doble,
mas ahora van a expiar;
él romperá sus altares,
demolerá sus estelas. Entonces dirán: "No tenemos rey,
porque no hemos temido a Yahveh,
y el rey, ¿qué haría por nosotros? ¡Se ha acabado Samaria!
Su rey es como espuma sobre la haz del agua. Serán destruidos los altos de Aven,
el pecado de Israel.
Espinas y zarzas treparán por sus altares.
Dirán entonces a los montes: "¡Cubridnos!"
y a las colinas: "¡Caed sobre nosotros!" Sembraos simiente de justicia,
recoged cosecha de amor,
desbarbechad lo que es barbecho;
ya es tiempo de buscar a Yahveh,
hasta que venga a lloveros justicia.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La última parte del libro de Oseas, de la que forma parte el pasaje de hoy, destaca el contraste entre el pasado de Israel, caracterizado por la fidelidad a Dios y por tanto por la abundancia del fruto de la tierra, y la tristeza del tiempo presente, marcado por el alejamiento de Dios. A causa de sus pecados, el pueblo de Israel está al borde del abismo. Oseas es el primero de los profetas del Antiguo Testamento que compara a Israel con una viña: "Israel era Vid frondosa, acumulaba frutos". Con esta imagen el profeta muestra la prosperidad del pueblo de Israel. Y es aún más amargo ver el contraste entre la abundancia de la viña, fruto de la obra del Señor, y la dureza del corazón de Israel, que rechaza la ayuda del Señor. Dios confía a su pueblo una tarea importante que es descrita con la imagen del arado y la siembra. Dios llama a Efraín y Jacob, es decir, todo el pueblo de Israel, a sembrar justicia en el campo de la vida para poder cosechar bondad. Justicia y bondad son la consecuencia de la decisión de aquel que busca al Señor y escucha fielmente su palabra. Por el contrario, quien siembra crueldad cosechará injusticia. El Señor confía a todos la tarea de sembrar justicia en un mundo que no conoce ni la igualdad ni la piedad. Pero en general cada cual busca seguridad y saciedad para sí mismo. Quien confía en sus fuerzas, se aleja de Dios y construye un mundo radicalmente violento, injusto, en el que la guerra se convierte en el instrumento para afirmar el poder (vv. 13-14). La justicia de Dios va mucho más allá del mero cálculo y la medida pequeña del cómputo humano, y se hace realidad con la bondad y la misericordia. Todo creyente tiene la tarea de cultivar cada día el campo de la vida sembrando amor y misericordia para que den frutos de justicia para todos. En un mundo como el del inicio de este milenio es más urgente si cabe acoger esta palabra del profeta.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.