ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 14 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaías 26,7-9.12.16-19

La senda del justo es recta;
tú allanas la senda recta del justo. Pues bien, en la senda de tus juicios
te esperamos, Yahveh;
tu nombre y tu recuerdo son el anhelo del alma. Con toda mi alma te anhelo en la noche,
y con todo mi espíritu por la mañana te busco.
Porque cuando tú juzgas a la tierra,
aprenden justicia los habitantes del orbe. Yahveh, tú nos pondrás a salvo,
que también llevas a cabo todas nuestras obras. Yahveh, en el aprieto de tu castigo te buscamos;
la angustia de la opresión era tu castigo para
nosotros. Como cuando la mujer encinta está próxima al parto sufre,
y se queja en su trance,
así éramos nosotros delante de ti, Yahveh. Hemos concebido, tenemos dolores
como si diésemos a luz viento;
pero no hemos traído a la tierra salvación,
y no le nacerán habitantes al orbe. Revivirán tus muertos,
tus cadáveres resurgirán,
despertarán y darán gritos de júbilo
los moradores del polvo;
porque rocío luminoso es tu rocío,
y la tierra echará de su seno las sombras.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este pasaje pertenece a la parte del libro de Isaías conocida como "Apocalipsis de Isaías" (capítulos 24-27). El telón de fondo sobre el que se sitúa es probablemente una situación de grave destrucción. El autor quiere sugerir una reflexión sobre cómo Dios actúa en la historia humana: el profeta reconoce que la acción de Dios en la historia, sus juicios, la tribulación y los intentos sin éxito hacen que los hombres aprendan la justicia y sean correctos. Un justo, con el lenguaje de los salmos, se dirige a Dios manifestándole su anhelo y su búsqueda en el momento de debilidad. Consciente de que solo de la alturas le puede venir la vida, el justo reconoce la vanidad de su esfuerzo: "No hemos traído a la tierra salvación, no le nacerán habitantes al orbe". Esta idea, con todo, no provoca resignación ni pesimismo. El justo sabe que solo el Señor puede despertarle a la vida. Por eso ni siquiera en medio del dolor y de la tribulación deja de buscar al Señor, porque sabe que es como un padre que nunca abandona a sus hijos. En el drama de un tiempo sin paz tenemos que buscar nuevamente a Dios y dejar que su Palabra ilumine la vida de los hombres. Muchas veces, cuando nos asalta el dolor nos cerramos en nosotros mismos y pensamos que el Señor está lejos de nosotros y de nuestras preocupaciones. Pero en realidad Él no desprecia nuestro sufrimiento, no deja que caiga en el vacío ni siquiera una gota del dolor del mundo, del sufrimiento de los pobres. Al contrario, comprende su angustia y su dolor y acude pronto en su ayuda. Unámonos a la oración del profeta, que es la mejor y más verdadera respuesta al dolor del mundo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.