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Oración por la Paz
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Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.
Recuerdo de san Sergio de Radonez, fundador de la laura de la Santísima Trinidad, en Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald el 18 de julio de 1939.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 18 de julio

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.
Recuerdo de san Sergio de Radonez, fundador de la laura de la Santísima Trinidad, en Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald el 18 de julio de 1939.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Miqueas 6,1-4.6-8

Escuchad ahora lo que dice Yahveh:
"¡Levántate, pleitea con los montes
y oigan las colinas tu voz!" ¡Escuchad, montes, el pleito de Yahveh,
prestad oído, cimientos de la tierra,
pues Yahveh tiene pleito con su pueblo,
se querella contra Israel: Pueblo mío, ¿qué te he hecho?
¿En qué te he molestado? Respóndeme. ¿En que te hice subir del país de Egipto,
y de la casa de servidumbre te rescaté,
y mandé delante de ti a Moisés,
Aarón y María? - "¿Con qué me presentaré yo a Yahveh,
me inclinaré ante el Dios de lo alto?
¿Me presentaré con holocaustos,
con becerros añales? ¿Aceptará Yahveh miles de carneros,
miríadas de torrentes de aceite?
¿Daré mi primogénito por mi delito,
el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?" #VALORE!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿En qué te he molestado? Respóndeme". Es el lamento de Dios que no se resigna ante la traición de Israel. Lo ha hecho todo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Luego lo ha acompañado durante el camino en el desierto hasta llevarlo a la tierra prometida. Y sin embargo Israel, olvidando esta fidelidad misericordiosa de Dios, ha preferido alejarse y recorrer obstinadamente sus caminos, que no eran los del Señor, aunque lo llevaban cada vez más directamente hacia la derrota y la esclavitud. El orgullo de afirmarnos a nosotros mismos nos hace ciegos y necios. La Liturgia de la Iglesia ha comprendido la profundidad de la amargura de este lamento de amor de Dios y, poniéndolo en boca de Jesús, lo repropone en la celebración del Viernes Santo: "Pueblo mío, ¿qué te he hecho?". Desde la cruz Jesús nos repite esta pregunta a cada uno de nosotros para que nos planteemos si estamos lejos de él. Mientras su historia con nosotros es una historia de amor sin límites, nuestra historia con él es una historia fría, distante y a veces incluso cruel. En este lamento de Jesús, no obstante, no hay ningún tono de condena, sino únicamente un amor que no se resigna por nuestra distancia y nuestra frialdad. Si escuchamos estas palabras, nuestro corazón cambiará y contestaremos como el hombre de fe: "¿Con qué me presentaré ante Yahvé y me inclinaré ante el Dios de lo alto?". Ante la voz del Señor que nos recuerda su fidelidad y su amor, cada creyente debe sentir ante todo su límite y su ineptitud. ¿Qué podremos hacer para corresponder a ese amor? Las palabras del profeta iluminan nuestros pasos: "Se te ha hecho saber, hombre, lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan solo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios". Para vivir todo eso somos llamados a aprender "lo que es bueno". Y nos lo indica la Palabra de Dios. Somos discípulos que siempre necesitan aprender el amor del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.