ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 28 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jeremías 18,1-6

Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte de Yahveh: Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré oír mis palabras. Bajé a la alfarería, y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que estaba haciendo se estropeó como barro en manos del alfarero, y éste volvió a empezar, trasformándolo en otro cacharro diferente, como mejor le pareció al alfarero. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: ¿No puedo hacer yo con vosotros, casa de Israel, lo mismo que este alfarero? - oráculo de Yahveh -. Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

«Lo mismo que el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano.» Estas palabras remiten a la creación misma del hombre. El Señor lo creó primero con tierra y luego insufló en él el espíritu de la vida. Y el hombre se convirtió en un ser vivo (Gn 2,7). No debemos olvidar que un rasgo primordial de la condición permanente de todo hombre y de toda mujer es que provienen del polvo. Pero Dios no desprecia aquel polvo que es el hombre; al contrario, le da valor. Él, como un alfarero, continúa plasmándonos a cada uno de nosotros dándonos su espíritu de vida para que crezcamos «a su semejanza, según su imagen». El Señor no rechaza nuestra pobreza y nuestra fragilidad. No deja de inclinarse sobre nosotros y continuamente obra en nosotros para que crezcamos como hijos suyos, como testigos suyos. Somos realmente, como dice Pablo, «recipientes de barro». Aun así, el Señor, mediante su palabra, continúa poniendo en nuestro corazón el soplo de la vida, el soplo de su Santo Espíritu. Aquel soplo del origen no se da una vez por todas; cada día el Señor nos lo da para que nos sostenga en el camino hacia la plenitud de la vida. Jeremías nos recuerda también a nosotros la gran responsabilidad que tenemos: decidir seguir al Señor. Quien sigue el camino del Señor y no «la terquedad de su mal corazón» encontrará la bendición. ¡Qué triste es que continuemos siguiéndonos a nosotros mismos y que escuchándonos a nosotros mismos después de todo el amor y el perdón que hemos recibido del Señor! Es el amor más alto que se puede tener en la Tierra. El Señor, como en un reto de amor, le pide a su pueblo: «Vamos, preguntad entre las naciones: ¿Quién oyó tal?… Pues bien, mi pueblo me ha olvidado… Han tropezado en sus caminos, aquellos senderos de siempre…». En la vida a menudo volvemos atrás porque si no escuchamos no nos mantenemos iguales, sino que vamos atrás, empeoramos. Eso es lo que pasa cuando olvidamos lo que hemos recibido y volvemos a seguir nuestros caminos particulares. Comprendemos entonces la oración del profeta, que pide la ayuda de Dios ante el esfuerzo de su vocación. Pidamos fuerza al Señor para continuar comunicando la fuerza de su amor y de su perdón.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.