ORACIÓN CADA DÍA

Fiesta de la Asunción
Palabra de dios todos los dias

Fiesta de la Asunción

Fiesta de la Asunción
En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Fiesta de la Asunción
Lunes 15 de agosto

Salmo responsorial

Salmo 44 (45)

Bulle mi corazón de palabras graciosas;
voy a recitar mi poema para un rey:
es mi lengua la pluma de un escriba veloz.

Eres hermoso, el más hermoso de los hijos de Adán,
la gracia está derramada en tus labios.
Por eso Dios te bendijo para siempre.

Ciñe tu espada a tu costado, oh bravo,
en tu gloria y tu esplendor

marcha, cabalga,
por la causa de la verdad, de la piedad, de la
justicia.
¡Tensa la cuerda en el arco, que hace terrible tu
derecha!

Agudas son tus flechas, bajo tus pies están los pueblos,
desmaya el corazón de los enemigos del rey.

Tu trono es de Dios para siempre jamás;
un cetro de equidad, el cetro de tu reino;

tú amas la justicia y odias la impiedad.
Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido
con óleo de alegría más que a tus compañeros;

mirra y áloe y casia son todos tus vestidos.
Desde palacios de marfil laúdes te recrean.

Hijas de reyes hay entre tus preferidas;
a tu diestra una reina, con el oro de Ofir.

Escucha, hija, mira y pon atento oído,
olvida tu pueblo y la casa de tu padre,

y el rey se prendará de tu belleza.
El es tu Señor, ¡póstrate ante él!

La hija de Tiro con presentes,
y los más ricos pueblos recrearán tu semblante.

Toda espléndida, la hija del rey, va adentro,
con vestidos en oro recamados;

con sus brocados el llevada ante el rey.
Vírgenes tras ella, compañeras suyas,
donde él son introducidas;

entre alborozo y regocijo avanzan,
al entrar en el palacio del rey.

En lugar de tus padres, tendrás hijos;
príncipes los harás sobre toda la tierra.

¡Logre yo hacer tu nombre memorable por todas las generaciones,
y los pueblos te alaben por los siglos de los siglos!

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.