ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 17 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ezequiel 34,1-11

La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel, profetiza. Dirás a los pastores: Así dice el Señor Yahveh: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más pingües; no habéis apacentado el rebaño. No habéis fortalecido a las ovejas débiles, no habéis cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida, no habéis tornado a la descarriada ni buscado a la perdida; sino que las habéis dominado con violencia y dureza. Y ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en presa de todas las fieras del campo; andan dispersas. Mi rebaño anda errante por todos los montes y altos collados; mi rebaño anda disperso por toda la superficie de la tierra, sin que nadie se ocupe de él ni salga en su busca. Por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahveh: Por mi vida, oráculo del Señor Yahveh, lo juro: Porque mi rebaño ha sido expuesto al pillaje y se ha hecho pasto de todas las fieras del campo por falta de pastor, porque mis pastores no se ocupan de mi rebaño, porque ellos, los pastores, se apacientan a sí mismos y no apacientan mi rebaño; por eso, pastores, escuchad la palabra de Yahveh. Así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo contra los pastores: reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de apacentar mi rebaño. Así los pastores no volverán a apacentarse a sí mismos. Yo arrancaré mis ovejas de su boca, y no serán más su presa. Porque así dice el Señor Yahveh: Aquí estoy yo; yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La imagen del pastor era muy habitual en la Palestina de la época. En la Biblia a menudo se recurre a esta imagen para describir la responsabilidad de aquellos que tienen la función de guiar, de gobernar, no solo en el ámbito religioso, sino también en la sociedad. El profeta utiliza palabras duras, y acusa a los pastores de no haberse ocupado del rebaño, sino más bien de ellos mismos y de sus intereses: "¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño?". Esta pregunta se dirige también a nosotros, porque todos, de algún modo, somos pastores, es decir, somos responsables de los demás, empezando, como destaca el profeta, por las ovejas enfermas, las heridas o las descarriadas. ¡Cuántos hombres y mujeres débiles, heridos, enfermos o descarriados hay! Muchas veces estamos pendientes solo de nosotros, nos sentimos víctimas de un mundo injusto, y olvidamos que hay una muchedumbre que sufre mucho más que nosotros. Y si no nos ocupamos nosotros, que somos discípulos de Jesús, de las hermanas y de los hermanos débiles, pobres y abandonados, ¿quién lo hará? En el capítulo diez del Evangelio de Juan el mismo Jesús se presenta como el buen pastor que conoce las ovejas, las llama a cada una por su nombre, se las carga a hombros, las cuida y las cura. ¿Nosotros somos buenos pastores? ¿Nos ocupamos de los demás? ¿Por qué gastamos nuestra vida? Jesús hará una clara distinción entre el pastor que se ocupa de las ovejas y el mercenario al que no le interesa la vida de las ovejas. El mercenario busca solo su propio interés. Le pagan por lo que hace. Jesús afirma claramente: o somos pastores o somos mercenarios; o vivimos imitando a Jesús, que dio su vida por los demás, o vivimos como mercenarios, buscando nuestro interés, nuestro beneficio. El pastor vive por su rebaño. Y el Señor nos pedirá cuentas, como pasa en el juicio final según aquel precioso pasaje de Mateo 25. Seremos juzgados en función de si nos hemos ocupado de los pobres, de los heridos por la vida, de los despreciados, de los últimos. Anticipemos aquel juicio aprendiendo a ocuparnos de la vida de los demás, empezando por los pobres de nuestro rebaño, por aquellos a los que nadie se acerca, por aquellos que están heridos por la vida, con la misericordia y el amor con los que el Señor se ocupa de nosotros. La Iglesia en salida, de la que habla el papa Francisco, es una Iglesia que entra en la vida de los demás, va por las calles, se encuentra e incluye a aquellos que los mercenarios de este mundo excluyen.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.