ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 22 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Tesalonicenses 1,1-5.11-12

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo. Gracia a vosotros y paz de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Tenemos que dar en todo tiempo gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es justo, porque vuestra fe está progresando mucho y se acrecienta la mutua caridad de todos y cada uno de vosotros, hasta tal punto que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las Iglesias de Dios por la tenacidad y la fe en todas las persecuciones y tribulaciones que estáis pasando. Esto es señal del justo juicio de Dios, en el que seréis declarados dignos del Reino de Dios, por cuya causa padecéis. Con este objeto rogamos en todo tiempo por vosotros: que nuestro Dios os haga dignos de la vocación y lleve a término con su poder todo vuestro deseo de hacer el bien y la actividad de la fe, para que así el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

También en esta segunda Epístola a los Tesalonicenses Pablo, Silvano y Timoteo escriben juntos. Pablo y Silvano habían sido encarcelados a causa de su predicación tras haber sufrido crueles palizas. En la cárcel, hacia medianoche, habían rezado y cantado juntos himnos de alabanzas a Dios y el Señor les había liberado milagrosamente (cf. Hch 16,19-30). Pablo había alabado a Timoteo en varias ocasiones y lo había propuesto como ejemplo de creyente. En cualquier caso, tanto Silvano como Timoteo predicaban por encargo del apóstol incluso en Macedonia (cf. Hch 18,5). Es un inicio que demuestra la fraternidad de los tres discípulos en el común empeño evangélico. Juntos se dirigen a la pequeña comunidad de Tesalónica, que ya había crecido en la fe y en el amor hasta el punto de ser ejemplo para las demás comunidades. La vida evangélica de una comunidad influye en las demás; es el fruto de la "comunión de los santos". El apóstol siente un justificado orgullo, entre otras cosas porque la pequeña comunidad de Tesalónica había soportado no pocas oposiciones. Los judíos de la ciudad la consideraban como un peligroso competidor y habían levantado al pueblo en su contra. El apóstol recuerda a aquellos cristianos que no están a salvo de las persecuciones. No obstante, "el que persevere hasta el fin, ese se salvará" (Mt 24,13). En el fuego purificador de los sufrimientos se cumple ya ahora el juicio que tendrá lugar al término de la historia, cuando los que hayan perseverado en la fe y en el amor serán separados de aquellos que se han alejado. Solo quien ha perseverado tendrá la ciudadanía en el reino de Dios, como recuerda el apóstol Pedro: si alguien tiene que sufrir "por cristiano, que no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre. Porque ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el Evangelio de Dios?" (1 P 4,16ss). El sufrimiento es una carga necesaria para el discípulo de Jesús. Y no debe dejarse engañar si parece que los impíos no lo sufren. Ya el salmista indicaba: "Estaba celoso de los perversos, al ver prosperar a los malvados. A su muerte, no hay congojas para ellos, sano y rollizo está su cuerpo" (Sal 73,3-4). Pablo contesta: "No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará" (Ga 6,7). Todo estará claro al final de los tiempos. Pablo, con el típico lenguaje apocalíptico, describe el inexorable juicio de Dios: quien se rebela al Evangelio caerá en una profunda soledad "alejado de la presencia del Señor", mientras que quien ha perseverado en la escucha de la Palabra de Dios y en el servicio a los pobres verá al Señor "cara a cara" (1 Co 13,12). Pablo reza para que todos puedan llegar hasta el perfecto cumplimiento de los días en los que los elegidos estarán al lado del trono del Cordero y cantarán al Señor un canto nuevo, como se lee en el Apocalipsis: "Y salió una voz del trono, que decía: Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes... Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero" (Ap 19,5.7).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.