ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 23 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Tesalonicenses 2,1-3.13-17

Por lo que respecta a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestro ánimo, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el Día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, Nosotros, en cambio, debemos dar gracias en todo tiempo a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad. Para esto os ha llamado por medio de nuestro Evangelio, para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tras las severas descripciones del juicio divino sobre los hombres que se dejan seducir por el maligno, el apóstol da las gracias al Señor por los que se han mantenido fieles al Evangelio. Aquellos son "hermanos amados del Señor". El amor de Dios es el vínculo que une a los miembros de la Iglesia. Pablo recuerda a los tesalonicenses la especial gracia que han recibido: ser la primera ciudad de Macedonia en la que se predicó el Evangelio. Y nosotros la podemos definir como la primera comunidad cristiana de Europa. Aquellos respondieron a este privilegio convirtiéndose en un modelo para la Iglesia "en todo el mundo" (1 Ts 1,8). Así como fueron los primeros en recibir el Evangelio, también debían ser los primeros en dar testimonio de él. Y se convirtieron en un "centro de irradiación" de la Palabra: "Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no solo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir" (1 Ts 1,8). Pablo quería que los tesalonicenses continuaran comunicando el Evangelio para que resonara en el corazón de los hombres la voz misma de Dios. Ya en la primera epístola el apóstol daba gracias al Señor: "De ahí que también por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece activa en vosotros, los creyentes" (1 Ts 2,13). El crecimiento de la predicación impulsa a todo el mundo a la salvación que es conseguir "la gloria de nuestro Señor Jesucristo" (2,14). Pero mientras caminamos por esta tierra como peregrinos, nadie puede afirmar estar seguro de la salvación. En un tiempo de tentación y de lucha, el cristiano se encuentra siempre en peligro. Siempre podemos hacer que el don que hemos recibido sea en vano, como recuerda el apóstol. Nadie debe descuidar el mandamiento de Dios, porque correría el riesgo de perder la vida verdadera: "Manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta" (2,15). A los filipenses Pablo les recuerda: "Lo que importa es que vosotros llevéis una conducta digna del Evangelio de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis unánimes por la fe del Evangelio, sin dejaros intimidar en nada por los adversarios. Esto será para ellos una señal de perdición, y para vosotros, de salvación. Tal es el designio de Dios" (Flp 1,27ss). Existe un vínculo directo entre el Evangelio predicado y la vida de la comunidad. Pablo lo escribía también a los corintios: "Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué… Si no, ¡habríais creído en vano!" (1 Co 15,1ss). Y ruega al Señor que consuele sus corazones y los afiance "en toda obra y palabra buena". Todo, en efecto, proviene del amor del Padre que da consuelo y esperanza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.